LECCIÓN 163
La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre.
1. La muerte es un pensamiento que adopta muchas formas, las cuales a menudo no se reconocen. ²La muerte puede manifestarse en forma de tristeza, miedo, ansiedad o duda; en forma de ira, falta de fe y desconfianza; preocupación por el cuerpo, envidia, así como en todas aquellas formas en las que el deseo de ser como no eres pueda venir a tentarte. ³Todos ésos pensamientos no son sino reflejos de la veneración que se le rinde a la muerte como salvadora y portadora de la liberación.
2. En cuanto que encarnación del miedo, anfitrión del pecado, dios de los culpables y señor de toda ilusión y engaño, el pensamiento de la muerte parece ser muy poderoso. ²Pues parece encerrar a todas las cosas vivientes en sus marchitas manos y a todos los deseos y esperanzas en su puño funesto, así como percibir toda meta únicamente a través de sus ojos invidentes. ³Los débiles, los indefensos, así como los enfermos se postran ante su imagen, al pensar que sólo ella es real, inescapable y digna de su confianza. ⁴Pues la muerte es lo único que inevitablemente llegará.
3. Todas las cosas excepto la muerte parecen ser inciertas y perderse demasiado pronto independientemente de cuán difícil haya sido adquirirlas, ªNinguna de ellas parece ofrecernos seguridad con respecto a lo que nos ha de brindar, y son propensas a defraudar las esperanzas que una vez nos hicieron abrigar y a dejar tras sí un mal sabor de boca, en lugar de aspiraciones y sueños. ²Pero con la muerte se puede contar. ³Pues vendrá con pasos firmes cuando haya llegado su hora: ⁴Jamás cesará de tomar todo lo que tiene vida como rehén.
4. ¿Te postrarías ante ídolos como éste? ²Aquí la fortaleza y el poderío de Dios Mismo se perciben dentro de un ídolo hecho de barro. ³Aquí se proclama que lo opuesto a Dios es señor de toda la creación, más fuerte que la Voluntad de Dios por la vida, o que la infinitud del amor y la perfecta e inmutable constancia del Cielo. ⁴Aquí por fin se derrota la Voluntad del Padre y del Hijo; y se entierra bajo la lápida que la muerte ha colocado sobre el cuerpo del santo Hijo de Dios.
5. Impío ahora debido a la derrota, el Hijo de Dios se ha convertido en lo que la muerte quiere hacer de él. ²En su epitafio, que la propia muerte ha escrito, no se menciona su nombre, pues ha pasado a ser polvo. ³En él sólo se menciona lo siguiente: “Aquí yace un testigo de que Dios ha muerto”. ⁴Y esto es lo que la muerte escribe una y otra vez, mientras sus veneradores asienten, y, postrándose con sus frentes en el suelo, susurran llenas de miedo que así es.
6. Es posible venerar a la muerte en cualquiera de las formas que adopta, y al mismo tiempo seleccionar unas cuantas que no favoreces y que incluso deseas evitar, mientras sigues creyendo en el resto. ²Pues la muerte es total. ³Bien todas las cosas mueren, o bien todas viven y no pueden morir. ⁴En esto no hay términos medios. ⁵Pues aquí nos encontramos de nuevo ante algo que es obvio y que debemos aceptar si queremos gozar de cordura: lo que contradice totalmente un pensamiento no puede ser verdad, a menos que se haya demostrado la falsedad de su opuesto.
7. La idea de que Dios ha muerto es algo tan descabellado que incluso a los dementes les resulta difícil creerlo. ²Pues implica que Dios estuvo vivo una vez y que de alguna manera murió, aparentemente asesinado por aquellos que no querian que sobreviviese. ³Al ser la voluntad de éstos más fuerte, pudo vencer a la Suya, y, de esta manera, la vida eterna sucumbió ante la muerte. ⁴Y al morir el Padre, murió también el Hijo.
8. Puede que los que veneral la muerte tengan miedo. ²Sin embargo, ¿pueden ser realmente temibles estos pensamientos?. ³Si se diesen cuenta de que eso es lo que creen, se liberarían de inmediato. ⁴Éstos es lo que tú les vas a mostrar hoy. ⁵La muerte no existe, y renunciamos a ella en todas sus formas, por la salvación de ellos, así como por la nuestra. ⁶Dios no creó la muerte. ⁷Cualquier forma que adopte, por lo tanto, tiene que ser una ilusión. ⁸Ésta es la postura que hoy adoptamos. ⁹Y se nos concede poder mirar allende la muerte, y ver la vida que se encuentra más allá.
9. Padre nuestro, bendice hoy nuestros ojos. ²Somos Tus emisarios, y deseamos contemplar el glorioso reflejo de Tu Amor que refulge en todas las cosas. ³Vivimos y nos movemos únicamente en Ti. ⁴No estamos separados de Tu Vida Eterna. ⁵La muerte no existe, pues la muerte no es Tu Voluntad. ⁶Y moramos allí donde Tú nos ubicaste, en la vida que compartimos Contigo y con toda cosa viviente, para ser como Tú y parte de Ti para siempre. ⁷Aceptamos Tus Pensamientos como nuestros, y nuestra voluntad es Una con la Tuya eternamente. ⁸Amén.
LECCIÓN 163
La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre.
Comentada por:
Jorge Luis Álvarez Castañeda
¡Que la paz sea con nosotros hoy!
Esta es una lección que cuestiona bastante. La muerte está en el centro de nuestros deseos inconscientes que hemos adquirido con el sistema de pensamiento del ego. Nos sentimos atraídos por la muerte, pero no lo admitimos. Esta atracción por la muerte tiene su origen en nuestra creencia en la separación: creímos habernos separado de Dios, sentimos que cometimos un pecado o una falta inmensa, lo que nos genera también una inmensa culpa y, a su vez, de ello, también, se desprende un inmenso miedo de que Dios nos va a castigar con la muerte, tarde que temprano. Este proceso lo reproducimos básicamente a todo momento. En cualquier decisión que tomemos, si estamos obedeciendo al ego, nuestras decisiones se basan en este razonamiento. Esto está muy guardado en el inconsciente.
La muerte es el sueño central del ego. De él emanan todas las ilusiones, motivadas, en últimas, por el cómo evadirla. Con ella busca comprobar de que somos un cuerpo que puede morir y que no somos espíritu. Como el ego busca centrarnos en el cuerpo y no en la mente, como principio activo del espíritu, nos plantea que la muerte es la única cosa cierta en esta vida y que hay que aceptarla como la “ley de la vida”. Si la vida es nacer para el final morir, Jesús, nos dice en la pregunta 27 del Manual para el maestro que un Creador así no tendría nada de benigno:
_”Pues aquel que ha decretado que todas las cosas mueran y acaben en polvo, desilusión y desesperanza, no puede sino inspirar temor. Tu insignificante vida está en sus manos, suspendida de un hilo que él está listo para cortar sin que Le importe o lo lamente, tal vez hoy mismo. Y aún si esperase, el final es seguro de todas formas. El que ama a un Dios así no conoce el amor, ya que ha negado que la vida sea real”_. M.27.2:2-5
Dios no creó la muerte. Esta es una fabricación del ego. Dios creó la vida. La vida es un principio de vitalidad espiritual, de existencia, de realidad que Dios nos ha dado y es infinita y eterna, sin opuestos ni grados y que nunca termina. La vida es de la mente y del espíritu. No tiene nada que ver con el cuerpo. La vida es el resultado del Pensamiento de Dios. La muerte es el resultado del pensamiento del ego.
Todos los caminos en el mundo del ego conducen hacia la muerte, lo que para él significa la muerte de Dios, de nuestro verdadero Ser que es Cristo.
Este proceso lo estudiamos en la lección 136 La enfermedad es una defensa contra la verdad. La enfermedad surge cuando nos encontramos con una decisión referente a la verdad, vale decir, a Dios, al Hijo de Dios, a que fuimos creados por Dios y no por el ego, a que tenemos al Espíritu Santo como nuestro maestro y, en ese momento, conscientemente, nos defendemos de Dios, atacamos a Dios. Si, por ejemplo, un hermano – que es el Hijo de Dios, el Ser, el Cristo en su parte espiritual – creemos que nos ataca, en ese instante, así sea por milésimas de segundo, conscientemente, tomamos la decisión de no verlo como el Hijo de Dios y atacarlo bien sea física o mentalmente. Y como dar es lo mismo que recibir este ataque se nos devuelve y se puede traducir en síntomas y enfermedades. La decisión de atacar al Hijo de Dios, que es lo mismo que atacar a Dios, la creemos tan grave, que de inmediato la olvidamos, la hacemos inconsciente. Pero, como dar es lo mismo que recibir, el ataque que le hago a mi hermano me lo hago a mí mismo y esto se puede traducir en enfermedad e, incluso, en la muerte.
Si creo, pensando con el ego, que Dios me va a castigar con la muerte por haberlo atacado separándome de Él, prefiero morirme antes y, de esa forma, le demuestro que ha fracasado y que no ha podido mantener la vida de su hijo. Esto no es sino una completa locura del ego.
Jesús, nos dice en la pregunta 27 del Manual para el maestro:
_”La muerte es el símbolo del temor a Dios. La idea de la muerte oculta Su Amor y lo mantiene al margen de la conciencia cual un escudo puesto en alto para bloquear al sol”_. M. 27. 3: 1-2
No hay ninguna razón para tener temor a Dios. Dios no nos va a castigar ni va a renunciar al Amor que lo caracteriza. Recordemos el principio de la Expiación: la separación de Dios nunca existió y cuando el Hijo de Dios creyó separarse, Dios le dio al Espíritu Santo para que le ayude a salir del sueño de la separación.
La lección de ayer nos decía: Soy tal como Dios me creó. Es decir, como el Hijo de Dios, el Cristo, el Ser que soy tengo los atributos de Dios: inmortal, invulnerable, pleno, eterno y, por lo tanto, no estoy sujeto ni al tiempo ni a la muerte. Ya lo habíamos visto en la lección 97 Soy espíritu. No soy un cuerpo, soy espíritu. Por eso, es posible decir: La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre.
Recordemos que la afirmación “La muerte no existe” es una afirmación del primer nivel en que está escrito el Curso donde la única realidad existente es Dios y Su Creación. Es un nivel no-dualista. Sé es sólo Espíritu. En el nivel dos, en este mundo proyectado por la mente colectiva o ego que se creyó separada de Dios y proyectó este mundo y el cuerpo, que es un mundo dualista. Admite que se es mente y cuerpo. Es el mundo de la separación y de la percepción donde hay un sujeto que percibe y un objeto percibido. En este mundo la creencia en la muerte es muy fuerte.
El Espíritu no muere y esa es la razón por la cual el Hijo de Dios es libre. No tiene ninguna limitación corporal.
Proceso de práctica de la lección
Tiempo de quietud por la mañana y por noche.
Reflexión sobre la idea del día. Cerrar los ojos. Aquietar la mente. No engancharse en pensamientos distractores. Empieza tu práctica con la oración de la lección y hazla tu oración del día.
_”Padre nuestro, bendice hoy nuestros ojos. Somos Tus emisarios, y deseamos contemplar el glorioso reflejo de Tu Amor que refulge en todas las cosas. Vivimos y nos movemos únicamente en Ti. No estamos separados de Tu vida eterna. La muerte no existe, pues la muerte no es Tu Voluntad. Y moramos allí donde Tú nos ubicaste, en la vida que compartimos Contigo y con toda cosa viviente, para ser como Tú y parte de Ti para siempre. Aceptamos Tus Pensamientos como nuestros, y nuestra voluntad es una con la Tuya eternamente. Amén”_.
Intenta sumergirte en tu mente hacia ese lugar de paz y amor donde está Cristo e intenta ver con la visión de Cristo.
Espera a Dios. Él llegará y te dará un mensaje de amor y de paz.
Tiempo mínimo 5 minutos. Ideal 30 minutos o más.
La idea de hoy es:
La muerte no existe. El hijo de Dios es libre.
Recordatorios cada hora.
1 o 2 minutos a la hora en punto.
Repite la idea recordando que mientras lo haces Cristo permanece a tu lado dándote fortaleza.
Luego, siente la quietud y silencio y espera a Dios. Dale gracias por los regalos de la hora que ha pasado. Y deja que Su Voz te diga lo que Él quiere que hagas en esta hora que empieza.
Respuesta a la tentación.
Cada vez que sientas la tentación de desconocer el Hijo de Dios que eres, que necesitas perdonar y que estés perdiendo la paz: repite la idea del día.
Les deseo muchas experiencias con esta lección que contribuyan a su paz interior. Les recomiendo estudiar y realizar la lección de la mano de Jesús y el Espíritu Santo. Y sin olvidarse de reír pues la Voluntad de Dios para nosotros es perfecta felicidad.
Muchas, muchísimas, bendiciones.
Jorge Luis Álvarez Castañeda
Lección 163 comentada por Ken Wapnick
( Lección 163: “La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre.” )
“Esta lección (163) es paralela a la sección cercana al final del manual, “¿Qué es la muerte?”, que enseña, al igual que la Lección 167, que la muerte simboliza la totalidad del sistema de pensamiento del ego: “La muerte es el sueño central de donde emanan todas las ilusiones.” (M-27.1: 1). Desde el punto de vista del ego, la muerte proporciona la prueba cierta de que tiene la razón. Dice que me he separado de Dios, lo que me convierte en un pecador. Abrumado por la culpa por destruir el Cielo, creo que Dios está justificado en castigarme por mi pecado, levantándose de Su sepulcro para exigir Su venganza. Así, la muerte del cuerpo es el testimonio más poderoso del ego: “Te dije que tenía razón y que el Espíritu Santo estaba equivocado, porque yo, el ego, tengo poder sobre la vida”. Dios creó la vida, pero no puede destruirla; sin embargo, yo, el ego, puedo hacer la vida y también terminarla. La muerte, entonces, se convierte en el argumento más convincente en el arsenal del ego – ciertamente dentro del mundo de los específicos – de que el sistema de pensamiento del ego de separación es verdadero y que el sistema de pensamiento del Espíritu Santo de Expiación es una mentira.
(1) «La muerte es un pensamiento que adopta muchas formas, las cuales a menudo no se reconocen. La muerte puede manifestarse en forma de tristeza, miedo, ansiedad o duda; en forma de ira, falta de fe y desconfianza; preocupación por el cuerpo, envidia, así como en todas aquellas formas en las que el deseo de ser como no eres pueda venir a tentarte. Todos esos pensamientos no son sino reflejos de la veneración que se le rinde a la muerte como salvadora y portadora de la liberación.»
Siempre que estés ansioso o triste, preocupado por el especialismo de cualquier tipo y te veas a ti mismo como un cuerpo – harás que la muerte sea real. Cualquiera de estas formas específicas refleja tu creencia de que el sistema de pensamiento de pecado, culpa y miedo es real, y que la muerte es su efecto último e inevitable. El mismo pensamiento se encuentra en “El cuadro de la crucifixión”, donde Jesús dice que la enfermedad no es sino “una “leve” forma de muerte; una forma de venganza que todavía no es total” (T-27.I.4: 8). Aquí, ese pensamiento se amplía al incluir la ansiedad, el miedo y la envidia como pequeñas formas de muerte. Todos expresan el pensamiento subyacente de separación, que «es» la muerte.
(2:1) «En cuanto que encarnación del miedo, anfitrión del pecado, dios de los culpables y señor de toda ilusión y engaño, el pensamiento de la muerte parece ser muy poderoso.»
El pecado, la culpa y el miedo se resumen así como la encarnación del sistema de pensamiento de separación, cuya culminación es el “poderoso pensamiento de la muerte”.
(2:2-4) «Pues parece encerrar a todas las cosas vivientes en sus marchitas manos y a todos los deseos y esperanzas en su puño funesto, así como percibir toda meta únicamente a través de sus ojos invidentes. Los débiles, los indefensos, así como los enfermos se postran ante su imagen, al pensar que sólo ella es real, inescapable y digna de su confianza. Pues la muerte es lo único que inevitablemente llegará.»
Las imágenes evocadoras en este pasaje son maravillosas. Todo el mundo conoce la afirmación: nada es seguro en este mundo, excepto la muerte y los impuestos. La muerte prueba más allá de toda sombra de duda que el ego tiene razón y que Dios está equivocado; tenemos la razón y Jesús está equivocado. La muerte significa que el cuerpo vivió, lo que también hace real el pensamiento subyacente de separación. Por lo tanto, compartimos una tremenda inversión en el cuerpo y la sociedad convierte nuestros aparentes nacimientos y muertes en poderosos símbolos, llamando a la celebración y la conmemoración en la vida de casi todos – todo lo cual sirve para hacer que el cuerpo sea real en nuestra experiencia.
Es importante entender que esta es la razón por la cual el mundo se enfoca en el cuerpo, y más específicamente en la muerte. Sin duda, hay muchas otras características corporales en las que el mundo pone énfasis, pero ninguno tiene el poder que la muerte tiene sobre nosotros, ya que parece ser el punto (¡o signo de exclamación!) que pone fin a nuestras vidas. Ya sea que creas o no en una vida futura, todavía crees que algo sucede – el «cuerpo muere». Si crees que la mente, el espíritu o el alma viven después de la muerte, mantienes la realidad del cuerpo. Sin embargo, la mente no vive después de la muerte, porque nunca ha estado «en» el cuerpo, ¿cómo podría estar «después» de él? En otras palabras, la mente no se ve afectada por su aparente nacimiento en un cuerpo, o su aparente final en la muerte física. Por lo tanto, sería útil al estudiar esta lección considerar las muchas formas en que tu vida diaria refleja la creencia en la realidad de la muerte.
(3:1-2) «Todas las cosas excepto la muerte parecen ser inciertas y perderse demasiado pronto independientemente de cuán difícil haya sido adquirirlas. Ninguna de ellas parece ofrecernos seguridad con respecto a lo que nos ha de brindar, y son propensas a defraudar las esperanzas que una vez nos hicieron abrigar y a dejar tras sí un mal sabor de boca, en lugar de aspiraciones y sueños. Pero con la muerte se puede contar.»
Nada aquí es seguro excepto la muerte. Por ejemplo, el amor especial no es seguro – amas a alguien en un momento y los odias al siguiente; o amas a alguien y, antes de que te des cuenta, la persona te ha dejado o ha muerto. Sin embargo, siempre puedes contar con la muerte. Esto significa que siempre puedes contar con el ego, lo que mantiene que no puedes contar con el Espíritu Santo, Jesús, Dios o incluso Un Curso de Milagros. Todo muere, incluso las cosas que consideramos permanentes, como las montañas. Durante muchos milenios se desmoronarán, deteriorarán y eventualmente desaparecerán. Debido a que todas las cosas en el mundo mueren, sabes que Dios no tuvo nada que ver con eso.
Hay, sin embargo, otro tipo de muerte. Esto también es cierto si permitimos que el Espíritu Santo sea nuestro guía a través del “círculo de temor” del ego (T-18.IX.3: 7-4: 1):
“Eso es lo que la muerte debe ser: una elección tranquila, hecha con alegría y con una sensación de paz…
Lo llamamos muerte, pero es libertad. No viene en formas que parecen ser dolorosamente impuestas sobre una carne renuente, sino como una amable bienvenida a la liberación. Si ha habido verdadera sanación, esta puede ser la forma en la cual la muerte llega cuando es tiempo de descansar un poco de la labor gustosamente realizada y gustosamente terminada. Ahora vamos en paz a climas más suaves y aires más libres, donde no es difícil ver que los regalos que dimos fueron guardados para nosotros.” (S-3.II.2:1; 3:1-4)
(3:3-4) «Pues vendrá con pasos firmes cuando haya llegado su hora. Jamás cesará de tomar todo lo que tiene vida como rehén.»
Recuerda que la muerte no es una entidad, sino solo un pensamiento proyectado del ego. De hecho, podríamos sustituir la palabra «ego» por todo lo que aquí se dice acerca de la muerte, porque siempre se puede contar con él para garantizar nuestra existencia separada: si existimos, el Dios viviente es una mentira, porque solo la divinidad del ego podría ser verdadera.
(4:1-2) «¿Te postrarías ante ídolos como éste? Aquí la fortaleza y el poderío de Dios Mismo se perciben dentro de un ídolo hecho de barro.»
Un «ídolo» puede definirse como una réplica física de, o un sustituto de Dios – en otras palabras, el ego y, específicamente, el cuerpo. El cuerpo es la expresión en la forma del dios del ego, hecho para ser el sustituto del Dios que está más allá de toda forma. Creer en la realidad de la muerte es creer que Dios es débil y capaz de ser destruido; porque si la muerte fuera real, la separación de Dios también debe ser real, y así Él está muerto, asesinado por el ego triunfante. Nuestra locura está demostrada por el hecho de que hemos creído tal locura:
“Bajo el polvoriento contorno de su mundo distorsionado, el ego quiere dar sepultura al Hijo de Dios, a quien ordenó asesinar, y en cuya putrefacción reside la prueba de que Dios Mismo es impotente ante el poderío del ego e incapaz de proteger la vida que Él creó contra el cruel deseo de matar del ego. Hermano mío, criatura de Dios, esto no es más que un sueño de muerte. No hay funeral, ni altares tenebrosos, ni mandamientos siniestros, ni distorsionados ritos de condena a los que el cuerpo te pueda conducir. No pidas que se te libere de eso. Más bien, libera al cuerpo de las despiadadas e inexorables órdenes a las que lo sometiste y perdónalo por lo que tú le ordenaste hacer. Al exaltarlo lo condenaste a morir, pues sólo la muerte podía derrotar a la vida. ¿Y qué otra cosa, sino la demencia, podría percibir la derrota de Dios y creer que es real?” (T-19.IV-C.8)
La adoración de la muerte en todas sus formas – algunas sutiles, otras obvias – es la adoración del ego, que refleja la afirmación de que existo a expensas de Dios. Además, me deleito en mi pecado y nunca devolveré lo que robé. Para volver a la Lección 161, creo un mundo de cuerpos específicos que puedo culpar y responsabilizar por lo que secretamente creo que he hecho.
(4:3-4) Aquí se proclama que lo opuesto a Dios es señor de toda la creación, más fuerte que la Voluntad de Dios por la vida, o que la infinitud del amor y la perfecta e inmutable constancia del Cielo. Aquí por fin se derrota la Voluntad del Padre y del Hijo, y se entierra bajo la lápida que la muerte ha colocado sobre el cuerpo del santo Hijo de Dios.
La muerte dice que el amor no dura, el Cielo no es perfecto y – ciertamente – ha cambiado. Dios no solo tiene un opuesto, sino que Su opuesto es verdadero mientras que Él no lo es. La Voluntad del Padre y del Hijo es Su perfecta Unicidad. La muerte, sin embargo, afirma la realidad del cuerpo separado, encarnando el pensamiento de separación. Por lo tanto, la voluntad de la deidad del ego es la separación, y el cuerpo y su muerte dan testimonio de la verdad del ego de que la Voluntad de Dios ha sido derrotada. Este es el ídolo ante cuyos pies de arcilla nos inclinamos, en adoración de su demente sistema de creencias:
“Un ídolo se establece creyendo en él, y cuando la creencia se abandona, el ídolo “muere”. Esto es lo que es el anti-Cristo: la extraña idea de que hay un poder más allá de la omnipotencia, un lugar más allá del infinito y un tiempo que transciende lo eterno. Ahí el mundo de los ídolos ha sido establecido por la idea de que ese poder, lugar y tiempo tienen forma, y de que configuran el mundo en el que lo imposible ha ocurrido. Ahí lo inmortal viene a morir, lo que todo lo abarca a sufrir pérdidas y lo eterno a convertirse en esclavo del tiempo. Ahí lo inmutable cambia, y la paz de Dios, que Él otorgó para siempre a toda cosa viviente, da paso al caos. Y el Hijo de Dios, tan perfecto, impecable y amoroso como su Padre, viene a odiar por un tiempo, a padecer y finalmente a morir.” (T-29.VIII.6)
(5) «Impío ahora debido a la derrota, el Hijo de Dios se ha convertido en lo que la muerte quiere hacer de él. En su epitafio, que la propia muerte ha escrito, no se menciona su nombre, pues ha pasado a ser polvo. En él sólo se menciona lo siguiente: “Aquí yace un testigo de que Dios ha muerto”. Y esto es lo que la muerte escribe una y otra vez, mientras sus veneradores asienten, y, postrándose con sus frentes en el suelo, susurran llenas de miedo que así es.»
Jesús usa la imagen de la oración para hacer el punto de que todos oramos al dios del ego – su ídolo de muerte – de la misma manera en que hemos adorado a los dioses de la enfermedad y el especialismo. Él nos pide que seamos conscientes de que esto es lo que estamos haciendo. Por lo tanto, cada vez que te entregues a cualquier forma de especialismo, intenta pillarte y di: “Aquí yace un testigo de que Dios está muerto”. En mi adoración especial al cuerpo – en odio o amor – afirmo que Dios está muerto y que gobierno en Su lugar. Yo gobierno incluso en la muerte y la derrota, porque incluso entonces encuentro la prueba de que he vivido y de que la separación es un hecho, como lo es el sistema de pensamiento que surgió de ello:
“El pecado, la culpabilidad y la muerte se originaron en el ego, en clara oposición a la vida, a la inocencia y a la Voluntad de Dios mismo. ¿Dónde puede hallarse semejante oposición, sino en las mentes enfermizas de los desquiciados, que se han consagrado a la locura y se oponen firmemente a la paz del Cielo?..¿Y qué es ese cuerpo vestido de negro que quieren enterrar? Es un cuerpo que ellos consagraron a la muerte, un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, ofrecido a éste para que se cebe en él y, de este modo, siga viviendo; algo condenado, maldecido por su hacedor y lamentado por todos los miembros de la procesión fúnebre que se identifican con él…La arrogancia del pecado, el orgullo de la culpabilidad, el sepulcro de la separación, son todos parte de tu consagración a la muerte, lo cual aún no has reconocido. El brillo de culpabilidad con el que revestiste al cuerpo no haría sino destruirlo. Pues lo que el ego ama, lo mata por haberle obedecido.” (T-19.IV-C.3:1-2; 4:1-2, 5-7)
(6:1) «Es imposible venerar a la muerte en cualquiera de las formas que adopta, y al mismo tiempo seleccionar unas cuantas que no favoreces y que incluso deseas evitar, mientras sigues creyendo en el resto.»
No existe una jerarquía de ilusiones que deshaga la primera ley del caos (T-23.II.2: 3) que nos haría pensar que podemos mezclar la verdad y la ilusión, el Cielo y el infierno. Por lo tanto, creemos en el ego aquí, y en Dios en “el otro lado”; creemos en la verdad y el amor en algunos lugares, pero no en todos. Sin embargo, todo es de una pieza. No puedes excluir una parte del sistema de pensamiento del ego más de lo que puedes excluir una parte del Espíritu Santo. Ambos son completos en sí mismos; uno es ilusorio; el otro verdadero. Haz una parte verdadera, y lo has hecho todo verdadero. La vida y la muerte no pueden coexistir, que es lo que hace el sistema de pensamiento del ego: he destruido a Dios, lo que hace que la muerte sea real; pero ahora existo, lo que hace la vida real. Por lo tanto, creemos en la realidad del mundo de la vida y la muerte, que se consideran verdaderas. Jesús nos enseña que no es así. Dado que la verdad es total, «no puede» ser así.
Su argumento continúa:
(6:2-5) «Pues la muerte es total. O bien todas las cosas mueren, o bien todas viven y no pueden morir. En esto no hay términos medios. Pues aquí nos encontramos de nuevo ante algo que es obvio y que debemos aceptar si queremos gozar de cordura: lo que contradice totalmente un pensamiento no puede ser verdad, a menos que se haya demostrado la falsedad de su opuesto.»
De nuevo, si la vida es verdadera, la muerte debe ser falsa en todas sus formas; si la muerte es verdadera, la vida debe ser falsa en todas sus formas – otra declaración de Nivel Uno: «uno o el otro». El ego, como hemos visto, nos haría comprometernos con la vida y la muerte coexistiendo, como vemos en las religiones bíblicas, por lo que hablamos de ellos como dualistas: el Espíritu y la carne son reales, como lo son el Cielo y el infierno, Dios y el mundo, el amor y el odio. Cuando entiendes las enseñanzas de Jesús y comienzas a aplicarlas, es evidente que nada de esto es verdad: si Dios es real, nada aquí es real; si Dios es falso, todo aquí es verdadero, lo que el ego nos hace creer.
Dos pasajes en el manual expresan convincentemente la postura no dualista y sin concesiones de Un Curso de Milagros:
“La vida no tiene opuesto, pues es Dios. La vida parece ser lo opuesto a la muerte porque tú has decidido que la muerte acaba con la vida. Perdona al mundo y comprenderás que nada que Dios creó puede tener fin, y que nada que Él no haya creado es real. Con esta frase se resume nuestro curso. Con esta frase se le da a nuestras prácticas el único objetivo que tienen. Con esta frase se describe el programa de estudios del Espíritu Santo exactamente como es.” (M-20.5:5-10)
“Si la muerte es real para una sola cosa, la vida no existe. La muerte niega la vida. Pero si la vida es real, lo que se niega es la muerte. En esto no puede haber transigencia alguna. O bien existe un dios de miedo o bien Uno de Amor. El mundo intenta hacer miles de transigencias al respecto, y tratará de hacer mil más. Ni una sola puede ser aceptable para los maestros de Dios, ya que ninguna de ellas sería aceptable para Dios. Él no creó la muerte, puesto que no creó el miedo. Para Él ambas cosas están igualmente desprovistas de sentido…Maestro de Dios, tu única tarea puede definirse de la siguiente manera: no hagas ningún trato en el que la muerte sea parte integrante de él.” (M-27.4:2-10; 7:1)
La última parte del pasaje del libro de ejercicios puede ser confusa. “Lo que contradice totalmente un pensamiento” se refiere al pensamiento de muerte que parece contradecir el pensamiento de la vida. Como las oraciones anteriores dejan en claro, esta es una situación de «uno-o-el-otro». El pensamiento de muerte no puede ser verdad a menos que pueda probarse que su opuesto – la vida – es falsa. En otras palabras, la muerte parece tener el poder de contradecir la vida, pero esto es imposible porque la vida es eterna. La única forma en que el pensamiento de muerte podría ser verdadero es si se probara que la vida no es real; a saber, que Dios ha sido asesinado. Eso nos lleva entonces al párrafo 7:
(7:1-2) «La idea de que Dios ha muerto es algo tan descabellado que incluso a los dementes les resulta difícil creerlo. Pues implica que Dios estuvo vivo una vez y que de alguna manera murió, aparentemente asesinado por aquellos que no querían que sobreviviese.»
Esto significa todos nosotros. El hecho de que creemos que somos cuerpos dice que no queremos que Dios sobreviva – en Su presencia nuestro yo separado no existe. Además, en nuestra arrogancia creemos que fuimos nosotros los que cometimos Su asesinato. Puesto que eso nos hace más poderosos que Dios, el ego fácilmente nos convence de que, de hecho, somos Dios. Esta arrogante locura se convierte en la base de nuestras relaciones especiales:
“La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino como prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado.” (T-16.V.12:4)
Esa es la mala noticia. La buena noticia es que todo esto es pura fantasía. «No sucedió» porque «no podría» suceder:
“¿Desearías que eso fuese posible, aparte de que es evidente que no lo es? De ser posible, te habrías convertido a ti mismo en un ser indefenso. Dios no está enfadado. Simplemente no pudo permitir que eso ocurriese. Y tú no puedes hacer que Él cambie de parecer al respecto. Ningún rito que hayas inventado en el que la danza de la muerte te deleita puede causar la muerte de lo eterno, ni aquello que has elegido para substituir a la Plenitud de Dios puede ejercer influencia alguna sobre ella.” (T-16.V.12:5-11)
(7:3-4) «Al ser la voluntad de éstos más fuerte, pudo vencer a la Suya y, de esta manera, la vida eterna sucumbió ante la muerte. Y al morir el Padre, murió también el Hijo.»
Nuevamente, si creemos que somos cuerpos, creemos que ya no vivimos, y así elegimos activamente nuestra propia muerte. Más aún, si creemos que el cuerpo es real, de lo cual la muerte es testigo, decimos que el Hijo de Dios ha muerto junto con su Padre. Es por eso que es importante cuando practiquemos Un Curso de Milagros que no mezclemos sus enseñanzas con otros sistemas de pensamiento. No hay nada sobre el cuerpo que sea redimible, santo o salvífico, ya que es la encarnación de la muerte y el sistema de pensamiento del ego. Se puede usar para enseñarnos que no somos cuerpos, pero eso tiene que ver únicamente con el cambio de propósito de la mente, no con el cuerpo mismo.
(8:1-3) «Puede que los que veneran la muerte tengan miedo. Sin embargo, ¿pueden ser realmente temibles estos pensamientos? Si se diesen cuenta de que eso es lo que creen, se liberarían de inmediato.»
Todos en este mundo tienen miedo, y en última instancia todos tememos morir porque creemos que nuestra vida se habrá ido. Sin embargo, Jesús pregunta: “¿Cómo puede una ilusión asustarte?”. Solo creemos que una ilusión es verdadera; no lo hemos hecho realidad. Invocar el perdón del Espíritu Santo produce este cambio de la fantasía a la realidad, de la ilusión a la verdad y de la muerte a la vida eterna:
“Mas una sombra no puede matar. ¿Qué es una sombra para los que viven? Basta con que la pasen de largo para que desaparezca. ¿Y qué ocurre con aquellos cuya consagración no es a la vida; los “pecadores” enlutados, el lúgubre coro del ego, quienes se arrastran penosamente en dirección contraria a la vida, tirando de sus cadenas y marchando en lenta procesión en honor de su sombrío dictador, señor y amo de la muerte? Toca a cualquiera de ellos con las dulces manos del perdón, y observa cómo desaparecen sus cadenas, junto con las tuyas. Ve cómo se despoja del ropaje de luto con el que iba vestido a su propio funeral y óyele reírse de la muerte.
Gracias a tu perdón puede escapar de la sentencia que el pecado quería imponerle. Esto no es arrogancia. Es la Voluntad de Dios. ¿Qué podría ser imposible para ti que elegiste que Su Voluntad fuese la tuya? ¿Qué significado podría tener la muerte para ti? Tu dedicación no es a la muerte ni a su amo. Cuando aceptaste el glorioso propósito del Espíritu Santo en vez del del ego, renunciaste a la muerte y la substituiste por la vida. Ya sabemos que ninguna idea abandona su fuente. Y la muerte es el resultado del pensamiento al que llamamos ego, tan inequívocamente como la vida es el resultado del Pensamiento de Dios.” (T-19.IV-C.2)
(8:4) «Esto es lo que tú les vas a mostrar hoy.»
Esta es nuestra misión, que no tiene nada que ver con lo externo. Mediante la paz y la vida que aceptamos como nuestra realidad, llamamos a otros a hacer la misma elección que hicimos. Ese es el propósito mientras estemos aquí: enseñar la impecabilidad que queremos aprender; aprender el perdón que queremos enseñar. Así nuestros cuerpos indefensos sirven a un propósito santo – la demostración de la inocencia de nuestro hermano como un Hijo de Dios:
“Ahora el Espíritu Santo deposita, en las manos que mediante su contacto con Él se han vuelto mansas, una imagen de ti muy diferente. Sigue siendo la imagen de un cuerpo, pues lo que realmente eres no se puede ver ni imaginar. No obstante, esta imagen no se ha usado para atacar, y, por lo tanto, jamás ha experimentado sufrimiento alguno. Da testimonio de la eterna verdad de que nada te puede herir, y apunta más allá de sí misma hacia tu inocencia y la de tu hermano. Muéstrale esto, y él se dará cuenta de que toda herida ha sanado y de que todas las lágrimas han sido enjugadas felizmente y con amor. Y tu hermano contemplará su propio perdón allí, y con ojos que han sanado mirará más allá de la imagen hacia la inocencia que ve en ti. He aquí la prueba de que nunca pecó; de que nada de lo que su locura le ordenó hacer jamás ocurrió ni tuvo efectos de ninguna clase; de que ningún reproche que haya albergado en su corazón estuvo jamás justificado y de que ningún ataque podrá jamás hacerle sentir el venenoso e inexorable aguijón del temor.” (T-27.I.5)
(8:5) «La muerte no existe, y renunciamos a ella en todas sus formas, por la salvación de ellos, así como por la nuestra.»
Jesús se refiere a todo lo que enumeró al comienzo de la lección. Todo esto «no tiene por qué ser así».
(8:6-9) «Dios no creó la muerte. Cualquier forma que adopte, por lo tanto, tiene que ser una ilusión. Ésta es la postura que hoy adoptamos. Y se nos concede poder mirar allende la muerte, y ver la vida que se encuentra más allá.»
Mirar “allende la muerte” no es negar que los cuerpos mueren en este mundo. No negamos la muerte que ven nuestros ojos, pero negamos la interpretación del ego de esta muerte. Jesús nos está pidiendo que elijamos sus ojos a través de los cuales veremos en lugar de los del ego; su visión en lugar de nuestro juicio. Así comprenderemos que Dios no creó la muerte porque no creó el cuerpo, y por consiguiente todas las formas corporales son ilusorias porque no son de Dios. En otras palabras, rescindimos la promesa que hicimos al ego de adherirnos siempre a su sistema de pensamiento de muerte:
“¡No jures morir, santo Hijo de Dios! Pues eso es hacer un trato que no puedes cumplir. Al Hijo de la Vida no se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno sólo.” (T-29.VI.2:1-6)
La oración de cierre que sigue es la primera aparición de esta forma en el libro de ejercicios. Es un precursor de la Parte II, en la cual cada lección contiene una oración de parte nuestra dirigida a Dios nuestro Padre. Esto, entonces, es un anticipo de la belleza que aún está por venir:
(9:1-2) «Padre nuestro, bendice hoy nuestros ojos. Somos Tus emisarios, y deseamos contemplar el glorioso reflejo de Tu Amor que refulge en todas las cosas.»
Practicamos este ejercicio de reflejar la Unicidad del Amor de Dios al no ver el interés de nadie como algo separado del nuestro. Si te culpo, solo me estoy culpando. No puede ser que mis intereses sean servidos a expensas de ti.
La siguiente oración es una referencia a la famosa declaración de San Pablo: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y existimos” (Hechos 17:28):
(9:3-8) «Vivimos y nos movemos únicamente en Ti. No estamos separados de Tu vida eterna. La muerte no existe, pues la muerte no es Tu Voluntad. Y moramos allí donde Tú nos ubicaste, en la vida que compartimos Contigo y con toda cosa viviente, para ser como Tú y parte de Ti para siempre. Aceptamos Tus Pensamientos como nuestros, y nuestra voluntad es una con la Tuya eternamente. Amén.»
Una vez más, reflejamos la verdad de esta hermosa oración al no ver los intereses de otros como separados de los nuestros – la base para el perdón. Es el significado de pedir la ayuda del Espíritu Santo para cambiar nuestras percepciones de muerte y sus variaciones a Sus felices reflejos de vida.”
~ Del libro “Viaje a Través del Libro de Ejercicios de UCDM” por el Dr. Kenneth Wapnick.
LECCIÓN 163
"La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre."
Comentada por:
Oscar Gómez Díez
Esta es una lección de una gran profundidad metafísica, que nos puede generar resistencias comprenderla, si la abordamos desde la lógica del mundo.
El sistema de pensamiento del ego nos dice que la muerte es lo único seguro en este mundo. Que la muerte es inevitable, que no podemos escapar de ella, estamos condenados a morir y no podemos liberarnos de la muerte.
Así que cuando decimos que la muerte no existe, alguien nos replicaría que todos los días muere gente, que los cementerios todos los días entierran muertos, y también mueren animales y plantas, que la muerte es la única ley inexorable de este mundo.
Así que examinemos primero la idea del día y como nos la explica la lección.
"La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre." la idea está compuesta de dos oraciones:
"La muerte no existe." esta es una afirmación categórica que no se presta a dudas de ninguna clase. Niega a la muerte y afirma la vida eterna.
"El Hijo de Dios es libre." esta segunda oración, también es categórica. Nos dice que el Hijo de Dios está exento de la muerte, es libre de la creencia en la muerte, es libre de los pensamientos de miedo y muerte del ego. La pregunta que podría surgir, desde la lógica del mundo, sería "¿porque el Hijo de Dios es libre de la muerte? Recordemos la lección de ayer: "Soy tal como Dios me creó" y entre los atributos del Hijo de Dios, mencionamos entre otros, que era un espíritu inmortal, invulnerable, pleno, que no está sujeto al tiempo y tampoco a la muerte. Así que cuando él Curso menciona el término "Hijo de Dios" con mayúscula, se está refiriendo a nuestro Ser en el estado del Cielo, no al personaje que cree vivir en este mundo, que se identifica con un cuerpo y lo gobierna el ego.
Así que no estamos ante una discusión médica o biológica acerca de la muerte, sino de una discusión metafísica.
Aclarado este aspecto, veamos como la lección define la muerte: "La muerte es un pensamiento" esta es una definición totalmente opuesta a la que el mundo considera como muerte, como el final de la vida de un cuerpo biológico. Pero el abordaje del Curso no es físico ni biológico. El Curso no se dirige a los cuerpos si no a la mente. Y la naturaleza de la mente es inmortal, ilimitada y libre.
Desde esta perspectiva es imposible que el cuerpo pueda morir pues nunca ha existido, pues no es más que una proyección mental del ego para afirmar la separación, en su propósito de negar el amor a través del miedo, y en este caso, el peor de todos los miedos, es el miedo a la muerte.
Siendo la muerte un pensamiento de la mente que se cree separada y dividida, adquiere en este mundo diversas formas para manifestarse. No sólo mueren cuerpos sino que también mueren deseos, expectativas y emociones.
Así que todas las formas de miedo, culpa y ataque se consideran formas de la muerte, y no sólo lo que tenga que ver con cuerpos, por ejemplo, murió el amor que esa pareja se tenía, le decretaron la muerte deportiva al atleta que consumió doping, etc. estas formas de muerte no las reconocemos como tales, la lección relaciona las siguientes:
"tristeza, miedo, ansiedad o duda; en forma de ira, falta de fe y desconfianza; preocupación por el cuerpo, envidia, así como en todas aquellas formas en las que el deseo de ser como no eres pueda venir a tentarte."
Todo pensamiento de tristeza, miedo, ansiedad o duda; son formas de muerte.
Todo pensamiento de ira, falta de fe y desconfianza; son formas de muerte.
Todo pensamiento de preocupación por el cuerpo, envidia, es una forma de muerte.
Todos los pensamientos en las que el deseo de ser como no eres, son formas de muerte.
¿Por qué no reconocemos estos pensamientos como formas de muerte? Porque no hacemos consciencia de que todos esos pensamientos son tan ilusorios como la muerte misma, son pensamientos originados en la separación y la culpa, sujetos al tiempo, que surgen y desaparecen, que me recuerdan la condición limitada y mortal del cuerpo con la que nuestra mente se ha identificado.
La muerte es funcional al sistema de pensamiento del ego. Con la muerte, el ego pretende demostrar su superioridad sobre Dios. Lo mortal se cree superior a lo inmortal, el tiempo a la eternidad, el miedo al amor. Dios no puede evitar que su Hijo muera, por lo tanto, no es infalible, no es perfecto. El ego proclama su supuesta victoria sobre Dios.
El sistema de pensamiento del Espíritu Santo es totalmente opuesto al del ego y plantea las diferencias con este en términos absolutos:
O bien, "todas las cosas mueren, o bien todas viven y no pueden morir." en esto no hay términos medios. Si aceptamos la muerte, estamos aceptando al ego y su sistema de creencias.
Y de lo que si estamos seguros es que Dios no creó la muerte. Lo inmortal no crea lo mortal, el amor no crea al miedo, y la Vida eterna no crea a la muerte. Así que debemos elegir, ¿creemos en Dios, en la verdad, y en el Amor,? ó ¿creemos en la muerte, en el miedo, en lo efímero.?
La decisión que tomemos, nos conduce a la sanación de nuestras mentes, y al regreso al Amor, o contrariamente, nos mantiene atados a este mundo de cuerpos, limitados, carentes, que creen que nacen y mueren, mientras padecen sus culpas, conflictos y sufrimientos. La decisión está en tus manos.
PRÁCTICA:
Aquiétate durante 5 minutos como mínimo, o hasta 15 ó 30 minutos, de acuerdo a tu disposición, en dos ocasiones en el transcurso del día, preferiblemente una en la mañana y la otra en la noche. Respira lenta y profundamente y mientras te vas relajando con la respiración, ve introduciendo en tu consciencia las siguientes palabras:
"La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre."
Y en la medida que te relajas, y en profundo silencio interior, le pides al Espíritu Santo que te ayude a recordar que eres solo amor, que eres el perfecto Hijo de Dios, eterno, invulnerable, y a través de la visión de Cristo contempla la ilusión de la muerte, con la certeza de Quien nunca ha nacido y nunca morirá, y verás la ilusión de la muerte desaparecer de tu mente.
PRÁCTICAS CORTAS Y FRECUENTES:
Nos sentaremos un par de minutos cada hora, en silencio a reiterar nuestro único propósito, de recordar y aceptar nuestra verdadera identidad, de reconocernos como el perfecto Hijo de Dios, eterno, invulnerable, impecable, libre de pensamientos de muerte.
Los pensamientos de muerte no han afectado ni podrán afectar al Hijo de Dios, pues Él tiene el perfecto conocimiento de Quien es, no tiene conflicto de identidad, sabe de su perfecta unicidad con Dios, su voluntad está unida a la Voluntad de Dios.
Y por eso diremos con profundo amor y devoción la siguiente hermosa oración, que podemos practicar cada hora a lo largo del día:
"Padre nuestro, bendice hoy nuestros ojos. Somos Tus emisarios, y deseamos contemplar el glorioso reflejo de Tu Amor que refulge en todas las cosas. Vivimos y nos movemos únicamente en Ti. No estamos separados de Tu Vida Eterna. La muerte no existe, pues la muerte no es Tu Voluntad. Y moramos allí donde Tú nos ubicaste, en la vida que compartimos Contigo y con toda cosa viviente, para ser como Tú y parte de Ti para siempre. Aceptamos Tus Pensamientos como nuestros, y nuestra voluntad es Una con la Tuya eternamente. Amén."
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