Lección 181 Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

“Con lentitud, constancia y amabilidad se gana esta carrera” Ken Wapnick
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Índice de la Lección 181
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LECCIÓN 181

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

1. Confiar en tus hermanos es esencial para establecer y sustentar tu fe en tu capacidad para trascender tus dudas y la falta de absoluta convicción en ti mismo. ²Cuando atacas a un hermano, estás proclamando que está limitado por lo que tú has percibido en él. ³No estás viendo más allá de sus errores. ⁴Por el contrario, éstos se exageran, convirtiéndose en obstáculos que te impiden tener conciencia del Ser que se encuentra más allá de tus propios errores, así como de sus aparentes pecados y de los tuyos.

2. La percepción tiene un enfoque. ²Eso es lo que le da consistencia a lo que ves. ³Cambia de enfoque, y lo que contemples consecuentemente cambiará. ⁴Ahora se produce un cambio en tu visión para apoyar la intención que ha reemplazado a la que antes tenías. ⁵Deja de concentrarte en los pecados de tu hermano y experimentarás la paz que resulta de tener fe en la impecabilidad. ⁶El único apoyo que esta fe recibe procede de lo que ves en otros más allá de sus pecados. ⁷Pues sus errores, si te concentras en ellos, no son sino testigos de tus propios pecados. ⁸Y no podrás sino verlos, lo cual te impedirá ver la impecabilidad que se encuentra más allá de ellos.

3. Por consiguiente, en nuestras prácticas de hoy, lo primero que vamos a hacer es dejar que todos esos insignificantes enfoques den paso a la gran necesidad que tenemos de que nuestra impecabilidad se haga evidente. ²Damos instrucciones a nuestras mentes para que, por unos breves momentos, eso y sólo eso, sea lo que busquen. ³No nos preocupamos por nuestros objetivos futuros. ⁴Y lo que vimos un instante antes no será motivo de preocupación para nosotros dentro de este lapso de tiempo en el que nuestra práctica consiste en cambiar de intención. ⁵Buscamos únicamente la inocencia, nada más. ⁶Y la buscamos sin interesarnos por nada que no sea el ahora.

4. Uno de los mayores obstáculos que ha impedido tu éxito ha sido tu dedicación a metas pasadas y futuras. ²El que las metas que propugna este curso sean tan extremadamente diferentes de las que tenías antes ha sido motivo de preocupación para ti. ³Y también te has sentido consternado por el pensamiento restrictivo y deprimente de que, aunque llegaras a tener éxito, volverías inevitablemente a perder el rumbo.

5. ¿Por qué habría de ser esto motivo de preocupación? ²Pues el pasado ya pasó y el futuro es tan sólo algo imaginario. ³Preocupaciones de esta índole no son sino defensas para impedir que cambies ahora el enfoque de tu percepción. ⁴Nada más.  ⁵Dejemos a un lado estas absurdas limitaciones por un momento. ⁶No vamos a recurrir a creencias pasadas ni a dejar que lo que vayamos a creer en el futuro nos estorbe ahora. ⁷Damos comienzo a nuestra sesión de práctica con un solo objetivo: ver la impecabilidad que mora dentro de nosotros.

6. Reconoceremos que hemos perdido de vista este objetivo si de alguna manera la ira se interpone en nuestro camino. ²Y si se nos ocurre pensar en los pecados de un hermano, nuestro restringido enfoque nublará nuestra vista y hará que volvamos los ojos hacia nuestros propios errores, los cuales exageraremos y llamaremos “pecados”. ³De modo que, por un breve intervalo, de surgir tales obstáculos, los transcenderemos sin ocuparnos del pasado o del futuro, dando instrucciones a nuestras mentes para que cambien su enfoque, según decimos:

⁴No es esto lo que quiero contemplar.
⁵Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

7. Y nos valdremos asimismo de este pensamiento para mantenernos a salvo a lo largo del día. ²No estamos interesados en metas a largo plazo. ³Conforme cada uno de los obstáculos nuble la visión de nuestra impecabilidad, lo único que nos interesará será poner fin, por un instante, al dolor que de concentrarnos en el pecado experimentaríamos, y que de no corregirlo, persistiría.

8. No vamos en pos de fantasías. ²Pues lo que procuramos contemplar está realmente ahí. ³Y conforme nuestro enfoque se extienda más allá del error, veremos un mundo completamente libre de pecado. ⁴Y cuando esto sea lo único que queramos ver y lo único que busquemos en nombre de la verdadera percepción, los ojos de Cristo se volverán inevitablemente los nuestros. ⁵El Amor que Él siente por nosotros se volverá también el nuestro.⁶Esto será lo único que veremos reflejado en el mundo, así como en nosotros mismos.

9. El mundo que una vez proclamó nuestros pecados se convierte ahora en la prueba de que somos incapaces de pecar. ²Y nuestro amor por todo aquel que contemplemos dará testimonio de que recordamos al santo Ser que no conoce el pecado y que nunca podría concebir nada que no compartiese Su impecabilidad. ³Éste es el recuerdo que queremos evocar hoy cuando consagramos nuestras mentes a la práctica. ⁴No miramos ni hacia adelante ni hacia atrás. ⁵Miramos directamente al momento presente. ⁶Y depositamos nuestra fe en la experiencia que ahora pedimos. ⁷Nuestra impecabilidad no es sino la Voluntad de Dios. ⁸En este instante nuestra voluntad dispone lo mismo que la Suya.


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LECCIÓN 181 Comentada por Jorge Luis Álvarez Castañeda

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

¡Que la paz sea con nosotros hoy!

La lección 181 Confío en mis hermanos que son uno conmigo es la primera de las siguientes 20 lecciones que, 

”están ahora orientadas específicamente a ampliar tus horizontes, y tratar de manera directa con obstáculos que mantienen tu visión constreñida y demasiada limitada para dejarte ver el valor del objetivo”,

nos dice Jesús en la introducción a las lecciones 181-200.  El obstáculo que se va a trabajar en esta lección es el de la desconfianza hacia los hermanos y el énfasis que le damos a las cuestiones del pasado o el futuro dejando de lado el presente.

Miremos que nos dice Jesús sobre la importancia de la confianza para el maestro de Dios en el Manual para el maestro en la pregunta 4:

”He aquí la base sobre la cual descansa su capacidad para llevar a cabo su función. La percepción es el resultado de lo que ya se ha aprendido. De hecho, la percepción es lo que se ha aprendido, ya que causa y efecto nunca se encuentran separados. Los maestros de Dios tienen confianza en el mundo porque han aprendido que no está regido por las leyes que el mundo inventó. Está regido por un Poder que se encuentra en ellos, pero que no es de ellos. Este poder es el que mantiene todas las cosas a salvo. Mediante este Poder los maestros de Dios contemplan un mundo perdonado”. (M.4.I.1:1-7) 

Ese Poder es el Poder de Dios. Aquí, Jesús, hace relación a la diferencia con las leyes del mundo del ego basadas en: la separación; en el pecado, la culpa y el miedo; en la manipulación, en el conflicto; en la lógica de que es él o soy yo, donde siempre hay unos que ganan y otros que pierden; en el miedo a Dios; en la debilidad. Recordemos la lección 76 No me gobiernan otras leyes que las de Dios. Las leyes de Dios tienen que ver con el carácter eterno e inmutable del Hijo de Dios, de Amor, de paz, de compleción, de unidad, de compartir. En el instante santo se recuerda a Dios y se viven sus leyes más profundamente. No quiere decir esto que las leyes de este mundo no se cumplan mientras estemos en este mundo, mientras tengamos un cuerpo. Actuaremos normalmente, como dice Kenneth Wapnick, pero internamente, en nuestra mente, confiamos plenamente en el poder de Dios y veremos a nuestros hermanos con la mirada de amor y de paz de la visión de Cristo.

Jesús nos dice en la lección:

” Confiar en tus hermanos es esencial para establecer y sustentar tu fe en tu capacidad para trascender tus dudas y tu falta de absoluta convicción en ti mismo. Cuando atacas a un hermano, estás proclamando que está limitado por lo que tú has percibido en él. No estás viendo más allá de sus errores”.

Sólo veo sino sus errores. Me detengo en ellos y los exagero para justificar mi ataque y la separación. No veo los aspectos amorosos, amables, bondadosos del hermano. Necesito una excusa para sentirme especial e injustamente tratado. Mi enfado se debe a que no hizo lo que quería que hiciera. Cuando ataco al hermano no veo el Ser, el Cristo, el Hijo de Dios que es.

Jesús, nos llama a cambiar el enfoque o la manera como contemplamos: 

”Cambia de enfoque, y lo que contemples, consecuentemente cambiará”

Quiere que no nos concentremos en los pecados de los hermanos sino que veamos su impecabilidad. Si me concentro en ellos, esto lo que nos está mostrando son mis propios errores. En otras partes del Curso, Jesús, habla que el Hijo de Dios no comete pecados sino errores. Los pecados se castigan en la tradición cristiana y los errores se corrigen con la ayuda del Espíritu Santo, en el proceso de la Expiación.

Recordemos que este es un curso de entrenamiento mental. Por eso, nos pide que le demos instrucciones a nuestra mente para que se enfoque en  mi impecabilidad y en la de mi hermano.

  Ahora, en este mismo momento, aunque sea por un corto tiempo, puedo buscar la inocencia de mi hermano. Jesús, no quiere que nos perdamos en el pasado o en el futuro sino que nos centremos en el presente que es donde, realmente, podemos hacer los cambios que necesitamos. Quiere que no repitamos los errores del pasado en el presente para, de esa manera, conseguir que el presente no sea una repetición de los errores del pasado. Al hacerlo, así, se presenta un verdadero renacimiento: este momento es diferente del pasado. Jesús, nos ha dicho en la introducción a las lecciones 181-200 de la necesidad que tenemos de ampliar nuestros horizontes y esto sólo lo conseguimos en el presente donde me abro a lo que surja, con la confianza en Dios que me acompaña siempre. 

  Reconozco que no sé porque se presentan las cosas, pero, lo que sí sé es que voy acompañado por Alguien que sí sabe. Tengo confianza en Dios.

El propósito de la práctica de la lección es ver la impecabilidad en nosotros. Si la ira se interpone se pierde el objetivo y no estoy viendo la inocencia que nos caracteriza. Le doy instrucciones a la mente para que cambie de foco y se centre sólo en la inocencia del hermano según decimos:

No es esto lo que quiero contemplar.

Confío en mis hermanos que son uno conmigo.

El enfoque es ir más allá del error, de tal manera, que se vea un mundo completamente inocente como nos dice Jesús:

”Y cuando esto sea lo único que queramos ver y lo único que busquemos en nombre de la verdadera percepción, los ojos de Cristo se volverán inevitablemente los nuestros. El Amor que Él siente por nosotros se volverá el nuestro. Esto será lo único que veremos reflejado en el mundo, así como en nosotros mismos”.

Continúa Jesús orientándonos con relación al tiempo:

”No miramos ni adelante ni hacia atrás. Miramos directamente al presente. Y depositamos nuestra fe en la experiencia que ahora pedimos. Nuestra impecabilidad no es sino la Voluntad de Dios. En este instante nuestra voluntad dispone lo mismo que la Suya”.

Jesús, nos plantea metas realistas. No nos propone metas a largo plazo. Nos propone algo que podemos controlar: un instante, un momento, en cual vamos a ver la impecabilidad en nosotros y en nuestros hermanos y, a su vez, vamos a confiar en ellos, como la manera de poder confiar en nosotros mismos. Estos momentos, con la ayuda del Espíritu Santo y de Jesús, se pueden ampliar. Lo importante es no salirnos del presente, del ahora.

Proceso de práctica de la lección

1. Tiempo de quietud por la mañana y por noche. 

Reflexión sobre la idea del día. Cerrar los ojos. Aquietar la mente. No engancharse en pensamientos distractores. 

En tu meditación intenta entrar en contacto con esa parte de tu mente donde hay paz y amor, tranquilidad, alegría. Es tu mente recta, donde está Cristo, tu Ser. Mantén la mente quieta sin palabras sólo con la sensación y certeza de que estás con Dios.

 Hoy vas a ver la impecabilidad en ti y en tus hermanos, lo mismo que vas a confiar en ellos. Vas ver la inocencia que nos caracteriza y vamos a estar centrados en el presente dejando de lado el enfoque en el pasado y en el futuro. Si surgen tales preocupaciones las trascenderemos diciendo:

No es esto lo que quiero contemplar.

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

Espera a Dios. Él llegará y te dará un mensaje de amor y de paz.

  Tiempo mínimo 5 minutos. Ideal 30 minutos o más.

La idea de hoy es:

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

2. Recordatorios cada hora.

1 o 2 minutos a la hora en punto.

Repite la idea recordando que mientras lo haces Cristo permanece a tu lado dándote fortaleza.

Luego, siente la quietud y silencio y espera a Dios. Dale gracias por los regalos de la hora que ha pasado. Y deja que Su Voz te diga lo que Él quiere que hagas en esta hora que empieza.

3. Respuesta a la tentación.

Cada vez que sientas la tentación de  desconocer el Hijo de Dios que eres, que necesitas perdonar y que estés perdiendo la paz: repite la idea del día.

Les deseo muchas experiencias con esta lección que contribuyan a su paz interior. Les recomiendo leer la Introducción a las lecciones 181-200 porque nos ayudará a no perder la perspectiva de lo que estamos haciendo. De igual manera, realizar las prácticas como se les propone en la lección siempre de la mano de Jesús y el Espíritu Santo y, sin olvidarse de reír, porque la Voluntad de Dios para nosotros es que tengamos perfecta felicidad.

Muchas, muchísimas, bendiciones.

Jorge Luis Álvarez Castañeda


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Lección 181 Comentada por Kenneth Wapnick

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

Permítanme comenzar afirmando que esto no significa que debas confiar en tu hermano del ego. Por ejemplo, sería una tontería invitar a un cleptómano a tu hogar y luego irte, no cerrar tu casa por la noche en un área de alta criminalidad o tu automóvil cuando te estaciones en el medio de una gran ciudad. Recuerdo una situación en la que un amigo mío, un antiguo estudiante de Un Curso de Milagros, vino a mí con un problema. Había estado en un acuerdo comercial con un compañero del Curso, y se hizo evidente que su compañero lo había estado robando a él. Al hablarme de esto, mi amigo intentó valientemente mirar la situación “espiritualmente” y hablar de ello solo en términos no críticos, pero era obvio que su dolor e ira estaban obteniendo lo mejor de él. Finalmente le dije: “Mira – a los ojos del Cielo esta persona es un Hijo de Dios; a los ojos del mundo es un estafador. No es útil el negar los hechos mundanos”.

Como será claro a medida que avancemos, confiamos en la impecabilidad de Cristo, no en lo que percibimos que son los pecados de otro. Confiamos en que el pecado percibido no puede afectar la paz de Dios dentro de nosotros, y que los egos de los demás no tienen más poder para mantenernos lejos del Cielo que el nuestro. Jesús discute esto en “La corrección del error” donde dice que nuestro hermano puede estar equivocado, pero que no obstante tiene razón por ser Quién es. La corrección – en la cual Jesús quiere decir en el contenido, no en la forma – necesita siempre hacerse con el Espíritu Santo, lo que asegura la ausencia de juicio y condena, incluso cuando se corrige el comportamiento:

Para el ego lo caritativo, lo correcto y lo apropiado es señalarle a otros sus errores y tratar de “corregirlos”. Esto tiene perfecto sentido para él porque no tiene idea de lo que son los errores ni de lo que es la corrección. Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado. Puede ser que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde su ego no lo tiene. Tu tarea, sin embargo, sigue siendo decirle que tiene razón. No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel porque su error se encuentra en otro nivel. Sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios. Su ego, por otra parte, está siempre equivocado, no importa lo que diga o haga. (T-9.III.2)

Por lo tanto, Jesús no está diciendo que confíes en que las personas siempre son amorosas, sino solo que confíes en que más allá de la oscuridad del ego, la luz de Cristo aún brilla – en todos. Regresaremos a esta importante enseñanza a medida que avancemos en esta lección.

La motivación es otro tema clave aquí. Lo que nos permite confiar en que la luz de Cristo brilla en nuestro hermano es entender que esta es la única forma en que recordaremos que la luz brilla en nosotros también. Recuerda que Jesús apela a nuestros motivos egoístas, diciendo: “Haz lo que te enseño porque te hará sentir mejor. No te sentirás bien insistiendo en que eres un ego, ni insistiendo en que el mundo y el cuerpo son tu hogar. Tú encontrarás paz solo cuando te des cuenta de que este mundo no es a donde perteneces, y que tu cuerpo no es tu identidad”. El perdón nos enseña esta verdad sobre nosotros mismos, y es la motivación para poner en práctica esta y todas las lecciones del libro de ejercicios.

(1:1) Confiar en tus hermanos es esencial para establecer y sustentar tu fe en tu propia capacidad para trascender tus dudas y tu falta de absoluta convicción en ti mismo.

Si voy a trascender las dudas y recordar quién soy como el Hijo de Dios, debo aprender a confiar en mi hermano. Al perdonarlo, recordaré que soy uno con Dios, porque estoy perdonando una parte separada de mí mismo. Recordemos que Jesús nos enseña el camino para recordar a Dios:

A Dios no se le recuerda solo. Esto es lo que has olvidado. Percibir la curación de tu hermano como tu propia curación es, por lo tanto, la manera de recordar a Dios. Pues te olvidaste de tus hermanos y de Dios, y la Respuesta de Dios a tu olvido no es sino la manera de recordar. (T-12.II.2:7-10)

(1:2-4) Cuando atacas a un hermano, proclamas que está limitado por lo que tú has percibido en él. No estás viendo más allá de sus errores. Por el contrario, éstos se exageran, convirtiéndose en obstáculos que te impiden tener conciencia del Ser que se encuentra más allá de tus propios errores, así como de sus aparentes pecados y de los tuyos.

Esta es la motivación subyacente de por qué no perdonamos: no queremos ser conscientes de nuestro Ser, prefiriendo el que tenemos. Incluso si creo que lo odio, soy yo mismo, y lo hago porque no quiero dejar de existir. Mi ego me ha enseñado que para mantener el recuerdo de Cristo lejos de mí, todo lo que necesito hacer es mantenerte alejado de mí, porque Cristo es uno. Así, manteniéndote separado a través del ataque y el juicio, la identidad especial de mi ego está segura y nunca necesito preocuparme por desaparecer en el Corazón de Dios. Mi ego, por lo tanto, da vueltas con la esperanza de encontrar a alguien que esté equivocado; incluso si hay un error honesto, rápidamente lo convierto en pecado. Esto significa que quiero que me traiciones y me abandones, que me lastimes y me robes, haciendo una cosa desmesurada tras otra – todas demostrando que estamos separados y que soy la víctima inocente de tu pecado. En ese punto, el recuerdo de Quién soy retrocede mucho en la distancia – nuevamente, por la motivación de apreciar el ataque, la enfermedad y el especialismo que validan mi identidad del ego, por la cual alguien u otra cosa son y serán responsables. Este es el significado de estas sucintas y poderosas declaraciones:

Si algo te puede herir, lo que estás viendo es una representación de tus deseos secretos. Eso es todo. Y lo que ves en cualquier clase de sufrimiento que padezcas es tu propio deseo oculto de matar. (T-31.V.15:8-10)

Sin embargo, Jesús nos enseña que nuestros pensamientos de ataque no nos harán felices; y que si nosotros los dejamos ir y confiamos en que la luz de Cristo brilla en otro como brilla en nosotros, nos sentiremos mejor, aprendiendo esta feliz verdad al mirar más allá de las proyecciones de nuestros pecados. Al final, nos daremos cuenta de que estamos perdonando una ilusión que primero hicimos realidad en la mente, y luego en alguien más. Sin embargo, no alcanzaremos este punto hasta que primero prestemos una cuidadosa atención a los resentimientos que tenemos contra los demás – nuestro trabajo comienza allí.

(2:1-3) La percepción tiene un enfoque. Eso es lo que hace que lo que ves sea consistente. Cambia de enfoque, y, lo que contemplas, consecuentemente cambiará.

Lo que percibimos afuera tiene un enfoque y un propósito específicos, asignados por la mente. Esto funciona tanto para la mente correcta como para la errada. Mi visión consistente de mentalidad-errada es que percibo el pecado por todas partes, pero no en mí. Si veo el pecado en mí, está en mi cuerpo o en mi personalidad – causados por otra persona – y no están en mi mente. Mi visión de mentalidad-correcta, por otro lado, consistentemente ve expresiones o pedidos de amor. Por lo tanto, lo que percibimos fuera es un resultado directo de lo que hemos percibido dentro, y nosotros lo percibimos porque así lo hemos elegido:

La percepción no parece ser un medio. Y es esto lo que hace que sea tan difícil entender hasta qué punto depende del propósito que tú les asignas. Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que tú querías que fuese verdad. (T-24.VII.8:6-10)

Esto concuerda con la ley fundamental de la percepción: ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. La percepción no está regida por ninguna otra ley que ésa. Todo lo demás se deriva de ella, para sustentarla y darle apoyo. (T-25.III.1:3-5)

Cuando cambio de mi maestro de mentalidad-errada al maestro de mentalidad-correcta, yo percibo los pecados de otros como mis errores, ya que somos uno en el error ilusorio de la separación. Por lo tanto, Jesús nos habla acerca de un cambio de enfoque, que proviene de nuestro cambio de maestros.

(2:4) Ahora se producirá un cambio en tu visión para apoyar la intención que ha reemplazado a la que antes tenías.

La intención que tenía antes era encontrar pecados en otra persona – un problema externo que no fuese cosa mía. Esto me permitió estar molesto, no porque elegí estar separado de Dios o de Jesús, sino porque alguien más hizo algo que me molestó. Me doy cuenta de que esto no me hace feliz – y de que hay otra forma de verlo todo – y por eso elijo a Jesús como mi maestro. Compartiendo su visión, miro la misma situación de antes, pero la entiendo de manera diferente, dándome cuenta de que todo es mi salón de clases en el que aprendo que el dolor está en mi mente. Por lo tanto, puedo hacer algo al respecto.

(2:5) Deja de concentrarte en los pecados de tu hermano, y experimentarás la paz que resulta de tener fe en la impecabilidad.

Lo que me motiva a perdonar y a mirar de manera diferente al mundo que me rodea es mi paz. ¿Por qué otra razón elegiría ir en contra del yo especial que creo que soy, la identidad que aprecio, excepto para reconocer el dolor que me trae y la paz que me cuesta? El siguiente pasaje sobre el valor de la relación santa – ver a nuestro hermano libre de pecado – amplifica este punto importante:

¿Deseas conocer tu Identidad? ¿No intercambiarías gustosamente tus dudas por la certeza? ¿No estarías dispuesto a estar libre de toda aflicción y aprender de nuevo lo que es la dicha? Tu relación santa te ofrece todo esto….. Todo ello se te da a ti que quieres ver a tu hermano libre de pecado….. La impecabilidad de tu hermano se te muestra en una luz brillante, para que la veas con la visión del Espíritu Santo y para que te regocijes con ella junto con Él. Pues la paz vendrá a todos aquellos que la pidan de todo corazón y sean sinceros en cuanto al propósito que comparten con el Espíritu Santo, y de un mismo sentir con Él con respecto a lo que es la salvación. Estate dispuesto, pues, a ver a tu hermano libre de pecado, para que Cristo pueda aparecer ante tu vista y colmarte de felicidad. (T-20.VIII.2:1-4,8; 3:1-3)

(2:6-8) El único apoyo que esta fe recibe procede de lo que ves en otros más allá de sus pecados. Pues sus errores, si te concentras en ellos, no son sino testigos de tus propios pecados. Y no podrás sino verlos, lo cual te impedirá ver la impecabilidad que se encuentra más allá de ellos.

Estoy aprendiendo que lo que veo en ti es un recordatorio de lo que vi por primera vez en mí mismo – el tema principal de Un Curso de Milagros. Si te veo como un pecador miserable, es porque no quiero reconocer el pecado en mí mismo. Si veo tus pecados como simples errores y como un llamado al amor, me doy cuenta de que también es mi llamado. Por lo tanto, no hay culpa, sin la cual el sistema de pensamiento del ego desaparece, porque la culpa es lo que lo sostiene y lo mantiene fuerte. Recordemos este importante pasaje sobre la igualdad inherente de la culpa y la autoculpa:

Si tus hermanos forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo. Y no puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos. Por eso es por lo que la culpa tiene que ser des-hecha, no verse en otra parte. Échate a ti mismo la culpa y no te podrás conocer, pues sólo el ego culpa. Culparse uno a sí mismo es, por lo tanto, identificarse con el ego, y es una de sus defensas tal como culpar a los demás lo es. No puedes llegar a estar en presencia de Dios si atacas a Su Hijo. (T-11.IV.5:1-6)

(3:1) En nuestras prácticas de hoy, por lo tanto, lo primero que vamos a hacer es dejar que todos esos insignificantes enfoques den paso a la gran necesidad que tenemos de que nuestra impecabilidad se haga evidente.

Nuestro énfasis debería estar en estos “insignificantes enfoques”: la necesidad del ego de ver el pecado como real. Estos pensamientos de ataque son los que necesito liberar, porque cuando lo hago, me doy cuenta de la impecabilidad que estaba debajo, protegida hasta ahora por el odio.

(3:2) Damos instrucciones a nuestras mentes para que, por un breve intervalo, eso, y sólo eso, sea lo que busquen.

No tienes que hacer esto por toda la eternidad, ni todo el tiempo – solo por breve intervalo. Recuerda lo que dijo Jesús en la Introducción a estas lecciones actuales: debes hacer esto solo por un corto tiempo cada día. Él no pide “dedicación total”; sin embargo, sé consciente de tu práctica y de por qué te hace sentir mejor, así como de la tontería de no continuar practicando con más frecuencia, especialmente sabiendo lo feliz que te hace dejar ir los resentimientos.

(3:3-6) No vamos a preocuparnos por nuestros objetivos futuros. Lo que vimos un instante antes no nos preocupará en absoluto dentro de este lapso de tiempo en el que nuestra práctica consiste en cambiar de intención. Buscamos la inocencia y nada más. Y la buscamos sin interesarnos por nada que no sea el ahora.

Este es el instante santo, el tema de la lección. El ego usa el tiempo para hacer los pecados del pasado reales, creando miedo al castigo futuro. Cuando te acuso de pecado, hago mi pasado pecaminoso real y trato de escapar del castigo por lo que he hecho. En el instante santo, sin embargo, salimos del tiempo hacia la dimensión atemporal que es la morada del Espíritu Santo. No vemos el pasado, ni tememos el futuro, sino que experimentamos solo el presente. En ese “heraldo de la eternidad” (T-20.V), todos se ven diferentes, porque no hay pasado, futuro o cuerpo; solo una experiencia de Su Amor y paz – la inocencia en que no existe juicio de pecado en ti o en mí:

El instante santo es el recurso de aprendizaje más útil de que dispone el Espíritu Santo para enseñarte el significado del amor. Pues su propósito es la suspensión total de todo juicio. Los juicios se basan siempre en el pasado, pues tus experiencias pasadas constituyen su base….. En el instante santo nadie es especial, pues no le impones a nadie tus necesidades personales para hacer que tus hermanos parezcan diferentes. Sin los valores del pasado, verías que todos ellos son iguales y semejantes a ti, y que no hay separación alguna entre ellos y tú. En el instante santo ves lo que cada relación ha de ser cuando percibas únicamente el presente. (T-15.V.1:1-3; 8:2-5)

Casi todos han sido víctimas de lo que Jesús está a punto de describir:

(4) Uno de los mayores obstáculos que ha impedido tu éxito ha sido tu dedicación a metas pasadas y futuras. El que las metas que propugna este curso sean tan extremadamente diferentes de las que tenías antes ha sido motivo de preocupación para ti. Y también te has sentido consternado por el pensamiento restrictivo y deprimente que incluso si tuvieses éxito, volverías inevitablemente a perder el rumbo.

Mucha gente se lamenta: “Nunca aprenderé este curso. ¿Cómo puedo perder mi ego monstruoso? por breves momentos, tal vez, pero luego regresa – ¡con todo!” Sin embargo, todo lo que ellos realmente hacen es hacer realidad el ego, diciéndole a Jesús que está equivocado y que ellos tienen razón, y que su curso no funciona. “Tal vez funcione para todos los demás”, podrían decir, “Pero ciertamente no funciona para mí”. Quizás hayan dejado de acusar a otras personas, pero esto no importa si odian a otros o a ellos mismos. Es importante, por lo tanto, que reconozcan lo que hacen con el Curso: la terca insistencia que no funciona; que Jesús está equivocado y que ellos tienen razón. Este concepto clave del ego es la base del mundo que hicimos: probar que Dios está equivocado y que preferimos tener razón a ser feliz (T-29.VII.1:9).

(5:1) ¿Por qué habrá de ser esto motivo de preocupación?

En el instante santo te das cuenta de la tontería del ego. Cuando dices que no puedes aprender Un Curso de Milagros porque es demasiado difícil, tú declaras que el ego está vivo y en buen estado, y que el tiempo es real: “Tal vez pueda aprender Un Curso de Milagros, pero ciertamente no en esta vida porque no hay el tiempo suficiente para deshacer mi culpa”. Una vez que estás entretenido con estos pensamientos, tú sabes que te has identificado con el ego, porque su sistema de pensamiento de separación siempre se manifiesta en el tiempo. Sin embargo, el instante santo está fuera del tiempo, en el que das un paso atrás y miras con Jesús lo monstruoso que parecía ser tu ego, dándote cuenta desde tu nuevo punto de vista, que el ego es realmente nada. Para estar seguros, el ego puede parecernos gigantesco aquí. Sin embargo, en el instante santo no es más que un pensamiento soñado, sin realidad más allá de eso. Luego observa tu resistencia a salir del sueño, a separarte de los problemas, preocupaciones y apegos especiales, y, de hecho, de toda experiencia corporal. Sin embargo, mirando en nuestro ser con Jesús podemos decir: “Esto es lo que está haciendo la figura del sueño que llamo yo” y como observador de esta figura, no puedes ser esta figura.

(5:1-4) ¿Por qué habría de ser esto motivo de preocupación? Pues el pasado ya pasó y el futuro es tan solo imaginario. Preocupaciones de esta índole no son sino defensas para impedir que cambiemos el enfoque de nuestra percepción en el presente. Nada más.

Una vez más, ten en cuenta que tu preocupación por el fracaso – ya sea el de otro o el tuyo – te defiende contra el instante santo en el que desaparecería tu identidad del ego. Nuestro miedo toma la forma: ¿Quién sería yo sin mis problemas, resentimientos o enfermedades? ¿Quién sería yo sin todo lo que me ha definido de mi pasado? Dicho de otra manera, ¿Quién sería yo sin un yo espacio-temporal, definido por un pasado pecaminoso, una culpa presente y un futuro temerosamente lleno de castigo? Este pasaje repetido desarrolla este miedo, en el contexto de la creencia del ego en el infierno:

¡Cuán desolado y desesperante es el uso que el ego hace del tiempo! ¡Y cuán aterrador! Pues tras su fanática insistencia de que el pasado y el futuro son lo mismo se oculta una amenaza a la paz todavía más insidiosa. El ego no hace alarde de su amenaza final, pues quiere que sus devotos sigan creyendo que les puede ofrecer una escapatoria. Pero la creencia en la culpabilidad no puede sino conducir a la creencia en el infierno, y eso es lo que siempre hace. De la única manera en que el ego permite que se experimente el miedo al infierno es trayendo el infierno aquí, pero siempre como una muestra de lo que te espera en el futuro. Pues nadie que se considere merecedor del infierno puede creer que su castigo acabará convirtiéndose en paz….. Tal como el ego usa el tiempo, es imposible librarse del miedo. Pues el tiempo, de acuerdo con las enseñanzas del ego, no es sino un recurso de enseñanza para incrementar la culpabilidad hasta que ésta lo envuelva todo y exija eterna venganza. (T-15.I.6; 7:6-7)

Sin embargo, el Espíritu Santo puede deshacer este par de trinas impías – pecado-culpa-miedo, pasado-presente-futuro – si elegimos el instante santo: “el cambio actual del enfoque en la percepción”:

El Espíritu Santo quiere desvanecer todo esto ahora. No es el presente lo que da miedo, sino el pasado y el futuro, más éstos no existen. El miedo no tiene cabida en el presente cuando cada instante se alza nítido y separado del pasado, sin que la sombra de éste se extienda hasta el futuro. Cada instante es un nacimiento inmaculado y puro en el que el Hijo de Dios emerge del pasado al presente. Y el presente se extiende eternamente. Es tan bello, puro e inocente, que en él sólo hay felicidad. En el presente no se recuerda la obscuridad, y lo único que existe es la inmortalidad y la dicha. (T-15.I.8)

(5:5-7) Vamos a dejar de lado estas absurdas limitaciones por un momento. No vamos a recurrir a creencias pasadas, ni a dejar que lo que hayamos de creer en el futuro nos estorbe ahora. Damos comienzo a nuestra sesión de práctica con un solo propósito: ver la impecabilidad que mora dentro de nosotros.

Se nos pide que las dejemos solo “por un momento”, no por los siglos de los siglos, y cuando entremos en el instante santo, podremos ver felizmente la impecabilidad interna.

(6:1) Reconocemos que hemos perdido de vista este objetivo si de alguna manera la ira se interpone en nuestro camino.

En “¿Qué es la Paz de Dios?” (M-20), Jesús explica que la forma más segura de deshacerse de la paz es enojarse, por eso precisamente nos enojamos. El enfado no brota dentro de nosotros, sin ser invitado. Es una respuesta que elegimos activamente para mantener la amenaza de la paz de Dios lejos de nosotros:

La paz de Dios no puede hacer acto de presencia allí donde hay ira, pues la ira niega forzosamente la existencia de la paz. Todo aquel que de alguna manera o en cualquier circunstancia considere que la ira está justificada, proclama que la paz es una insensatez, y no podrá por menos que creer que no existe. En esas condiciones no se puede hallar la paz de Dios. (M-20.3:3-5)

(6:2) Y si se nos ocurre pensar en los pecados de un hermano, nuestro restringido foco nos nublará la vista y nos hará volver los ojos hacia nuestros propios errores, que exageraremos y llamaremos “pecados”.

Cuando cambiamos al enfoque estrecho del ego, vemos solo el pecado como real, y finalmente lo vemos en nosotros mismos, porque es “exactamente lo mismo”. Lo siguiente, precedió al pasaje importante que citamos anteriormente sobre la dinámica compartida de culpa y auto-culpa:

Las fases iniciales de esta inversión son con frecuencia bastante dolorosas, pues al dejar de echarle la culpa a lo que se encuentra afuera, existe una marcada tendencia a albergarla adentro. Al principio es difícil darse cuenta de que esto es exactamente lo mismo, pues no hay diferencia entre lo que se encuentra adentro y lo que se encuentra afuera. (T-11.IV.4:5-6)

(6:3-5) De modo que, por un breve intervalo, de surgir tales obstáculos, los transcenderemos sin ocuparnos del pasado o del futuro, dando instrucciones a nuestras mentes para que cambien de foco, según decimos:

No es esto lo que quiero contemplar.

Confío en mis hermanos, que son uno conmigo.

Mi enfoque no es confiar en ti porque eres una buena persona, sino confiar en ti dándome cuenta de que, al cambiar mi percepción de ti, reflejo un cambio perceptivo en mí, y, por lo tanto, reconozco la otra manera de mirar, la cual ocurre felizmente cuando tomo la mano de Jesús y entro en el instante santo.

(7:1-2) Y nos valdremos asimismo de este pensamiento para mantenernos a salvo a lo largo del día. No estamos interesados en metas a largo plazo.

Como Jesús ha estado diciendo, no necesitas pensar en regresar al Cielo. Te enfocas solamente en cambiar tu percepción por breves momentos durante el día. Vamos dando pequeños pasos, eligiendo diariamente los felices sueños de perdón del Espíritu Santo que nos guían suavemente a casa.

(7:3) Conforme cada uno de los obstáculos nuble la visión de nuestra impecabilidad, lo único que nos interesará sería poner fin, por un instante, al dolor que, de concentrarnos en el pecado experimentaríamos, y que, de no corregirlo, persistiría.

Un Curso de Milagros enfatiza ser consciente de los obstáculos – ver a alguien, incluso a Jesús, como separado de nosotros – y a recordar que el especialismo no nos hace felices. Sin embargo, le pedimos ayuda a Jesús mientras miramos con él nuestros obstáculos a la visión. Recordemos:

Tu tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has levantado contra él. No es necesario que busques lo que es verdad, pero sí es necesario que busques todo lo que es falso. (T-16.IV.6:1-2)

(8:1-2) No vamos en pos de fantasías. Pues lo que procuramos encontrar está realmente ahí.

La idea no es ver halos alrededor de los demás, ni bañarlos en luz – es necesario no inventar historias. Ten en cuenta solo cuán intencionado eres en demostrar que Jesús está equivocado, al hacer a alguien más responsable de tu infelicidad. Trata de no pensar pensamientos “santos”, o imponer una visión de santidad sobre ti u otro. En cambio, deja que Jesús te guíe a través de las nubes de obstáculos dentro de tu mente, llevándote suavemente más allá de ellas a la paz que realmente está ahí.

(8:3-6) Y conforme nuestro foco se extienda más allá del error, veremos un mundo completamente impecable. Y cuando esto sea lo único que queramos ver y lo único que busquemos en nombre de la verdadera percepción, los ojos de Cristo se volverán inevitablemente los nuestros. El Amor que Él siente por nosotros se volverá también el nuestro. Esto será lo único que veremos reflejado en el mundo, así como en nosotros mismos.

El mundo real – “un mundo completamente impecable” – no es un lugar físico, sino un cambio total en la mente del miedo al amor, alcanzado cuando el instante santo se convierte en nuestro único instante. Como lentamente permitimos que Jesús sea nuestros ojos, vemos destellos de él; solo vislumbres, porque nosotros todavía tenemos demasiado miedo. Sin embargo, estamos aprendiendo que el pecado que vemos en el otro refleja el pecado que nosotros percibimos en nosotros mismos. Reconocer que todas las preguntas relacio-nadas con el pecado son las mismas, nos lleva a la verdadera percepción del Espíritu Santo:

Pues cada una de ellas [las preguntas] te pregunta si estás dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve, puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. Los que ven el pecado, por lo tanto, están viendo la negación del mundo real. Sin embargo… que tu anhelo de ver el mundo real… se convierta en el único que tengas. (T-21.VII.11:2-4)

(9:1) El mundo que una vez proclamó nuestros pecados se convierte ahora en la prueba de que somos incapaces de pecar.

El mundo se convierte en un aula, recordándonos Quiénes somos realmente. En el mundo real, nuestra percepción se rige únicamente por la suave luz que hemos elegido como nuestra realidad, como está dulcemente capturado en uno de los primeros poemas de Helen, “El mundo real”:

Donde las estrellas no tienen forma, pero su luz permanece,

Brillando para siempre; donde el sol ha perdido

Su calor ardiente, y sin embargo todavía conserva

Un brillo suave y eterno que mantiene

Todas las cosas en paz y suavidad, y los rayos

De cada ser vivo, buscan a

Todos los demás seres vivos, y desde ellos

A su Creador; donde, cuando caen los pétalos

Y las hojas se descomponen, el aroma y el color de

Las flores son preservadas para siempre frescas

Y encantadoras, y el canto de los pájaros permanece

Aunque sus alas están quietas; aquí todo el mundo

Vendrá a descansar, pues su viaje casi ha terminado,

Y ahí se escucha a la Voz de Dios reconociendo a Su Hijo.

(Los Regalos de Dios, p. 9) (En inglés)

(9:2-5) Y nuestro amor por todo aquel que contemplemos dará testimonio de que recordamos al santo Ser que no conoce el pecado, y jamás podría concebir nada que no compartiese Su impecabilidad. Éste es el recuerdo que queremos evocar hoy cuando consagramos nuestras mentes a la práctica. No miramos ni hacia adelante ni hacia atrás. Miramos directamente al presente.

No me aferro a los pecados pasados ni a un futuro temido, porque en el instante santo he trascendido el tiempo. Mi enfoque sigue siendo el amor de Jesús, porque solo eso es lo importante para mí. Desde su amor miro hacia un mundo que parece transformado. Mis ojos ven como lo hacían antes, pero mi experiencia ha cambiado. Otro de los primeros poemas de Helen, “La luz interior”, describe nuestra percepción de la luz radiante del amor cuando miramos desde el tiempo pasado al presente eterno:

Llegará el momento en que el tiempo no tenga sentido,

Y el lugar no estará en ninguna parte. Todos nuestros conceptos esperan

Por su final ya designado. Ellos sostienen

Un sueño sin dimensiones. En la puerta

Del Cielo son dejados simplemente a un lado,

Ante el resplandor de la luz interior.

(Los Regalos de Dios, p. 23) (En inglés)

(9:6-8) Y depositamos nuestra fe en la experiencia que ahora pedimos. Nuestra impecabilidad no es sino la Voluntad de Dios. En este instante nuestra voluntad dispone lo mismo que la Suya.

Cuando nos unimos con Jesús en el instante santo, reflejamos nuestra unidad con Dios, y esta experiencia de paz y libertad de la ansiedad llega cuando liberamos nuestros resentimientos: lo que es la esencia de nuestra relación con él.


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