LECCIÓN 341 Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo.




Aquí la Introducción a la segunda parte del Libro de Ejercicios de UCDM

LECCIÓN 341

Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo.

1. Padre, Tu Hijo es santo. 2Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad. 3Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en inocencia tan perfecta que el Señor de la Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensamiento que le brinda Su plenitud.

2. No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra que Dios nos ha dado. 2Y en su benévolo reflejo nos salvamos.





AUDIOS de la Lección 341
de CELEBRANDO EL MILAGRO


Lectura de la Lección 341
A través de Mariano Noé


Ocurrir de la Lección 341
a través de Martin Musarra


Lección 341
comentada por 
Jorge Luis Álvarez Castañeda

































LECCIÓN 341

Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo.

Comentada por: 
Jorge Luis Álvarez Castañeda

¡Que la paz sea con nosotros hoy!

Dios, nos creó impecables, sin mancha alguna, completamente puros e inocentes. Con la creencia en la separación creímos haber cometido un pecado, una falta, una ausencia de amor con la cual perdimos nuestra inocencia y, a partir de ahí, nos consideramos indignos, desvalorizados, no merecedores del Amor de Dios y en una insatisfacción permanente. Cuando ataco mi impecabilidad, con mis pensamientos guiados por el ego y desconozco que la Voluntad de Dios y la mía son idénticas, me considero débil y en trance continuo de ser atacado.

 Nos dice Jesús en la lección:

”Padre, Tu Hijo es santo. Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu santidad”.

Recordemos que hablar de santidad es hablar de inocencia, de pureza, sin la menor mancha de pecado y culpa. Así fuimos creados por Dios. La santidad es el estado natural de las creaciones de Dios y nadie es excluido. Al contrario, es la reivindicación de la unidad en el Amor de Dios. En el Cristo que somos, en el único Hijo de Dios, en el Ser que compartimos con toda la Filiación, es decir, con la suma de todo lo que Dios creó. Nuestro Padre, nos ve completamente inocentes por eso nos sonríe con bondad, amor y ternura.

 Jesús, utiliza la metáfora de la sonrisa de Dios para indicarnos que la separación nunca ocurrió. Cuando surgió la idea loca de la separación, de la cual, nos dice Jesús, el Hijo de Dios olvidó reírse y se la tomó en serio. De esa manera, proyectó este mundo y el cuerpo. Hoy, Jesús, quiere transmitirnos la confianza y el Amor de nuestro Padre que nunca ha dejado de considerarnos inocentes e impecables, así, nosotros, siguiendo al ego, pensemos lo contrario.

 Jesús, nos habla también de la sonrisa en la lección 100 Mi papel en el plan de salvación de Dios es esencial: 

”Eres ciertamente esencial en el plan de Dios. Sin tu dicha la Suya no es total. Sin tu sonrisa el mundo no se puede salvar. Mientras la tristeza se abata sobre ti, la luz que el Propio Dios designó como el medio para salvar el mundo se atenúa y pierde su fulgor, y nadie ríe porque toda risa no es sino el eco de la tuya”.  L-100. 3: 1-4

Jesús, nos llama a no tomar en serio al ego. A no creer en él. A sonreír cuando intenta hacernos creer que somos indignos, perversos, pecadores con toda la connotación negativa que carga esta palabra. Si le creemos al ego, podemos caer en la tristeza, en la enfermedad, en el miedo y nos alejamos del plan de Dios para la salvación.

Continúa Jesús:

”Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en impecabilidad tan perfecta que el Señor de la Impecabilidad nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensamiento que Lo completa”.

Dios, siempre nos ha considerado inocentes e impecables. Por el principio de la Expiación, la separación de Dios nunca ocurrió y Dios creó al Espíritu Santo para que nos ayude a superar dicha creencia. Estamos en perfecta unidad con Dios y con nuestros hermanos. Esta la conseguimos en cualquier momento que deseemos. Siempre podemos entrar en un instante santo con la ayuda del Espíritu Santo y  de Jesús y valiéndonos del perdón, de tal manera, que reconozcamos nuestra impecabilidad en nuestros hermanos para, así, reconocerla en nosotros mismos.

Contnúa Jesús:

”No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra de Dios para nosotros. Y en su benévolo reflejo nos salvamos”.

Cuando ataco a mi hermano estoy proyectando mi culpa en él. Me he olvidado de mi verdadera identidad como Hijo de Dios: de mi perfecta inocencia e impecabilidad. Se trata de sonreír ante los intentos del ego por querer separarme de Dios y de mis hermanos.

Con relación al tema del milagro.

Nos dice, Jesús, en el tema especial 13. ¿Qué es un milagro?:

”Un milagro es una corrección. No crea ni cambia realmente nada en absoluto. Simplemente observa la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso. Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la percepción ni exceder la función del perdón”.

El milagro es una corrección del sistema del pensamiento de ego basado en el pecado o separación, la culpa, el miedo, el conflicto, las relaciones especiales, el sacrificio y el sufrimiento, el temor a Dios, con el cual nos movemos en este mundo del ego. El milagro se desenvuelve en la mente, no tiene que ver con nada externo. Es una corrección de los pensamientos falsos del ego y ayuda a que las percepciones erróneas del ego se corrijan, de tal manera, que contribuyan al plan de Dios para la salvación. No va más allá de la percepción que, recordemos es consecuencia de la creencia en la separación de Dios en la cual tiene que haber un sujeto que percibe y un objeto percibido. Recordemos que el perdón es la corrección de una idea falsa acerca del Hijo de Dios. Entonces encontramos, aquí, que el milagro y el perdón son lo mismo. El milagro y el perdón no van más allá de la percepción, que sería el Conocimiento o el Cielo, pero preparan el terreno para llegar a él.

Proceso de práctica de la lección

1. Tener momentos con Dios por la mañana y por la noche

Momentos en los cuales se tenga una experiencia con la verdad, es decir, con el reconocimiento de que somos Hijos de Dios, mientras ello nos haga felices. El tiempo utilizado será el que se considere necesario para lograr el objetivo. Podría ser media hora o más. Estos momentos buscan que tengamos o nos acerquemos a tener instantes santos permanentes. Perdonamos, con la Ayuda de Dios, lo que nos esté quitando la paz.

Se invoca a Dios. En lugar de palabras sólo necesitamos sentir Su Amor.

Se pide la guía del Espíritu Santo y de Jesús. 

Se lee despacio los temas especiales que acompañan la lección del día. Se reflexiona sobre ellos. Luego, se lee la lección del día.

En tu meditación intenta entrar en  contacto con esa parte de tu mente donde hay paz y amor, tranquilidad, alegría. Es tu mente recta, donde está Cristo, tu Ser.

Mantén la mente quieta, sin palabras, y te olvidas de todo lo que habías creído saber y entender, y te quedas sólo con la sensación y certeza de que estás con Dios.


Espera a Dios. Él llegará y te dará un mensaje de amor y de paz. Pero, esto requiere nuestra disposición a escucharlo tal como lo ha enseñado Jesús en la lección 71:

”Él responderá en la misma medida que tú estés dispuesto a oír Su Voz. No te niegues a oírla. El solo hecho de que estés llevando a cabo los ejercicios demuestra que en cierto modo estás dispuesto a escuchar. Esto es suficiente para que seas acreedor a Su respuesta”. L-71. 9:7-10

2. Recordatorios cada hora. 

Cada hora recordaremos a Dios.
Invocamos Su Nombre. Recordaremos la lección del día y siempre que nos sintamos tentados a olvidarnos de nuestro objetivo. También perdonaremos con Dios los pensamientos no amorosos que hayamos tenido en esa hora. Pueden ser 2 o tres minutos con los ojos cerrados.

Recuerda que mientras lo haces Cristo permanece a tu lado dándote fortaleza. Luego, siente la quietud y silencio y espera a Dios. 

3. Recordatorios frecuentes de la lección entre horas.

 Ayudan en el entrenamiento de tener siempre presente a Dios. Invocamos a Dios.

4. Respuesta a la tentación.

Invocamos el Nombre de Dios y repetimos la idea del día cuando sintamos que nos estamos olvidando del objetivo de la lección, sintamos que estamos perdiendo nuestra paz y necesitemos perdonar.

Les deseo muchas experiencias con esta lección que contribuyan a su paz interior y a tener una experiencia directa de la verdad con miras a abandonar el mundo del dolor y adentrarse en la paz. Siempre pidiendo la ayuda del Espíritu Santo y de Jesús. Y, sin olvidarse de reír porque la Voluntad de Dios, para nosotros, es que tengamos perfecta felicidad.

Muchas, muchísimas, bendiciones.










 Kenneth Wapnick 

«Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo.»

Lección 341

"Comenzando con la Lección 341, las diez lecciones siguientes difieren de lo que hemos estado acostumbrados a ver en la Parte II. Primero, los títulos de la lección aumentan, comenzando con dos líneas en lugar de una, y luego cambiando a tres con la Lección 347. En segundo lugar, cada lección empieza con una plegaria a Dios, la parte dominante de la lección. Así, el número de palabras que Jesús nos dice disminuye, mientras que él incrementa lo que le decimos a Dios en nuestra oración. Esta primera lección es una extensión de la lección 135: “Si me defiendo he sido atacado”. Si me veo como vulnerable y necesitando defensa, debo verme como separado y pecador. Por lo tanto, cuando abrigo resentimientos contra otros, no sólo ataco su impecabilidad, sino también la mía, ya que somos uno.

(1) «Padre, Tu Hijo es santo. Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad. Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en inocencia tan perfecta que el Señor de la Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensamiento que le brinda Su plenitud.» 

Esta es una hermosa representación de la Unidad de la Filiación como Cristo, y su Unicidad con Dios. La sonrisa de Dios -una metáfora, por supuesto- nos dice que no pasó nada en la separación, porque somos los que nos tomamos en serio la diminuta y alocada idea, fabricando un mundo basado en la reacción equivocada del ego. La dulce sonrisa del Espíritu Santo -la expresión del principio de la Expiación- refleja la sonrisa de Dios que deshace esta locura, como vemos en este importante y conocido pasaje del texto:

“El Espíritu Santo, sonriendo dulcemente, percibe la causa y no presta atención a los efectos. ¿De qué otra manera podría corregir tu error, cuando has pasado por alto la causa enteramente? Él te exhorta a que lleves todo efecto temible ante Él para que juntos miréis su descabellada causa y os riáis juntos por un rato. Tú juzgas los efectos, pero Él ha juzgado su causa. Y mediante Su juicio se eliminan los efectos. Tal vez vengas con los ojos arrasados en lágrimas, mas óyele decir: "Hermano mío, santo Hijo de Dios, contempla tu sueño fútil en el que sólo algo así podría ocurrir". Y saldrás del instante santo riendo, con tu risa y la de tu hermano unida a la de Él.” (T-27.VIII.9)

(2) «No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra que Dios nos ha dado. Y en su benévolo reflejo nos salvamos.»

Atacamos nuestra impecabilidad atacando a nuestros hermanos, por eso les atacamos: para mantener el pecado intacto en nuestras mentes engañadas, y por lo tanto mantener la realidad de la separación. Por lo tanto, Jesús nos pide, nuevamente, que elijamos lo que queremos: pecado o impecabilidad, aprisionamiento o libertad, ceguera o visión.

“Tu pregunta no debería ser: "¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?" sino, "¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?" Y al preguntar esto, no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu liberación del miedo. La salvación es la meta del Espíritu Santo. El medio es la visión. Pues lo que contemplan los que ven está libre de pecado. Nadie que ama puede juzgar, y, por lo tanto, lo que ve está libre de toda condena. Y lo que él ve no es obra suya, sino que le fue dado para que lo viese, tal como se le dio la visión que le permitió ver.”  (T-20.VII.9) "

~ Del libro "Viaje a Través del Libro de Ejercicios de UCDM" por el Dr. Kenneth Wapnick.
















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