1. Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. 2 La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra. 3 Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. 4 Óyele hoy. 5 No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída en todos los rincones del mundo y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que puedan dar comienzo los serenos tiempos de paz.
2. Este mundo cambiará gracias a ti. 2 Ningún otro medio puede salvarlo, pues el plan de Dios es simplemente éste: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía y esté por siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios. 3 No se le conduce a la fuerza, sino con amor. 4 No es juzgado, sino santificado.
3. En la quietud oiremos hoy la Voz de Dios, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra. 2 Tampoco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado. 3 Nos hallamos mucho más allá de todos los juicios que el mundo ha formado contra el Hijo de Dios. 4 El mundo no lo conoce. 5 Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que, en silencio, aguardaremos la Palabra de Dios. 4. Santo Hijo de Dios, oye a tu Padre. 2 Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz. 3 Nos congregamos hoy en el trono de Dios, el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar.
5. Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra. 2 No se ocultó de ti cuando te alejaste por un corto tiempo. 3 No le da ningún valor a las ilusiones que albergas acerca de ti mismo. 4 Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad.
6. Él te habla hoy. 2 Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados. 3 Aguarda Su Palabra en silencio. 4 Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador.
7. En tres ocasiones hoy, y en aquellos momentos que sean más conducentes a estar en silencio, deja de escuchar al mundo durante diez minutos y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios. 2 Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. 3 Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. 4 Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo que Él es.
8. Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. 2 Es tu palabra la que Él pronuncia. 3 Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos, sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo. 4 Escucha hoy a tu Ser en silencio y deja que te diga que Dios nunca abandonó a Su Hijo y que tú nunca abandonaste a tu Ser.
9. Sólo necesitas permanecer muy quedo. 2 No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo. 3 Sólo necesitas estar quieto y escuchar. 4 Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de su Padre en total armonía con Ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisible y verdadero. 5 A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios.
AUDIOS de la Lección 125 de CELEBRANDO EL MILAGRO
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Lección 125
comentada por
Jorge Luis Álvarez Castañeda
LECCIÓN 125
En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.
Comentada por:
Jorge Luis Álvarez Castañeda
¡Que la paz sea con nosotros hoy!
En esta lección Jesús, nos plantea una de las actividades más importantes del Curso, sino la más importante: escuchar a Dios, escuchar la Palabra de Dios. Debido al inmenso ruido que el ego hace con sus resentimientos, juicios, ataques, creemos que Dios no nos habla, cuando si lo hace. Recordemos la lección 49 La Voz de Dios me habla durante todo el día. Recordemos que tenemos una parte de nuestra mente que escucha al ego y otra que escucha la Voz de Dios. ¿Y qué nos dice la Voz de Dios? Nos dice: perdona, perdona, perdona.
Tenemos derecho a escuchar la Palabra de Dios. Y esta lección nos dice cómo hacerlo con la ayuda del Espíritu Santo y de Jesús. Se trata de practicar la petición de escuchar muchas veces y confiar en que Dios cumpla Su promesa de hablarnos. Él nos ha dado Su Palabra de que lo hará y de que hemos sido salvados.
Nos dice Jesús en la lección:
” Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. La Voluntad de tu Padre es que oigas Su Palabra. Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. Óyele hoy. No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz.”
Este es el propósito de la lección: tener espacios para aquietarnos y escuchar a Dios hablarnos, escuchar Su Palabra.
Recordemos que la Palabra de Dios es el mensaje de Dios acerca de la salvación en respuesta a la creencia en la separación. Esa respuesta puede tomar diversas formas como el perdón, la paz, la Expiación, el Espíritu Santo. Esta Palabra no es una palabra hablada. Es una especie de símbolo del Amor de Dios en el cual fuimos creados. Recordemos la lección 67 El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo. Hemos poblado nuestra mente de miles y miles de palabras del ego que hablan de separación y de conflicto. Cuando retiremos todas esas palabras encontraremos la Palabra de Dios que sólo habla de amor, paz, unidad, gratitud, bondad…
Jesús nos dice:
_“Este mundo cambiará gracias a ti”_.
Aquí, no se refiere al mundo externo. Hace referencia al mundo que existe en nuestra mente llena de resentimientos y pensamientos egoicos. Se trata de sanar esos pensamientos mediante el perdón y los milagros, con la ayuda del Espíritu Santo para que aceptemos la Expiación para nosotros mismos. En la medida en que lo hagamos y aceptemos la Palabra de Dios en nuestras mentes esta se expresará en todas las mentes pues somos una sola mente unida en la Filiación o la totalidad de las creaciones de Dios.
Dios, nos ha dado su Plan:
”El plan de Dios es simplemente este: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía.”
El plan de Dios es que asumamos la libertad que tenemos de cambiar nuestra manera de ver el mundo, de cambiar de maestro y para ello nos ha dado la Palabra de Dios y al Espíritu Santo y a Jesús como ayudantes para que nos guíen en nuestro regreso a casa.
Nos dice Jesús:
_”Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra”_.
Hoy, escucharemos la Voz del Espíritu Santo hablándonos de unidad, de amor, de paz pero esto implica hacerlo en la quietud de nuestra mente.
El proceso de aquietar nuestra mente implica:
Pedir la ayuda del Espíritu Santo.
Recordemos que siempre hay que pedirla. Es _”nuestra pequeña dosis de buena voluntad” de que habla Jesús. Es nuestro compromiso con la salvación. Si nos damos cuenta que una situación nos está generando pérdida de nuestra paz y sufrimiento, podemos tomar la decisión de cambiarla. Recordemos que el Espíritu Santo no sabe nuestros problemas, nuestros conflictos más secretos porque, si los supiera, haría real este mundo de separación. Por eso, tenemos que contárselos.
Aquieta tus pensamientos.
Es decir, no te enganches con los pensamientos de pecado, culpa y miedo del ego, con tus resentimientos, con tus juicios. Si se presentan obsérvalos sin interpretarlos, sin darle significado porque si lo haces surgen y surgen más pensamientos. Si no les prestas atención, ellos se van. Si insisten en quedarse puedes decir: ”No quiero este pensamiento. Quiero oír la Palabra de Dios.”
Ir al encuentro de Dios en el interior de tu mente.
Nos dice Jesús:
_”Nos congregamos hoy en el trono de Dios, en el sereno lugar de tu mente donde Él mora en la santidad que Él creó y que nunca ha de abandonar”_.
Desde nuestra mentalidad recta encontramos nuestra verdadera identidad como el Hijo de Dios que somos. Es un lugar de paz, de tranquilidad, de quietud, de amor. Estamos con Dios sin toda la basura del ego en nuestra mente.
Espera y escucha.
No hagas nada más. Sólo confía en que Dios cumplirá Su promesa y te dirá Su Palabra. Recordemos que el oír a Dios no sólo se manifiesta en palabras, sino en imágenes, en sensaciones y pensamientos amorosos, en vivencias, en recuerdos, etc. Esto es indescriptible. Sólo se puede vivir como experiencia.
Jesús, nos insiste sobre la importancia de esta práctica:
_”Él te habla hoy. Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados”_.
La verdad es que Dios nos está hablando a todo momento. Otra cosa es que no queremos escucharlo porque estamos atrapados por las voces del ego. Es nuestra responsabilidad el decidirnos a escuchar, así sea por un rato, como dice Jesús. Se trata de estar atentos a lo largo del día a nuestros sentimientos, pensamientos y pedir ayuda si sentimos que estamos perdiendo la paz, si estamos proyectando pensamientos de ataque y separación.
Nos dice Jesús:
”Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo que Él es.”
Aquí, continúa con el tema de la unicidad con Dios, con el Espíritu Santo, con nuestros hermanos como vimos en la lección de ayer. Para reconocer nuestra unicidad como Cristo necesitamos reconocerla en nuestros hermanos y ver en ellos también el Cristo que son.
Hoy, se les propone realizar tres prácticas de 10 minutos a lo largo del día donde realicen el proceso de aquietarse para escuchar la Palabra de Dios. Cada hora recordar la idea de hoy como una manera de recordar la importancia de escuchar la Palabra de Dios y, luego, pasar un tiempo en quietud.
Les deseo muchas experiencias con esta lección que contribuyan a su paz interior. Les sugiero realizar estas prácticas con el Espíritu Santo y con Jesús y sin olvidarse de reír, pues hoy van a escuchar la Palabra de Dios.
Muchas, muchísimas, bendiciones.
Jorge Luis Álvarez Castañeda
Kenneth Wapnick
”En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.”
Lección 125
“En esta hermosa lección (125), Jesús habla de estar quietos, que recuerda a la línea: “El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena.” (T-23.I.1: 1). Si somos realmente serios acerca de nuestro deseo de recordar a Dios y regresar a casa, nuestras mentes deben estar en silencio. El problema es que las hemos llenado con la estática de los chillidos estridentes del ego – su sistema de pensamiento de separación e individualidad; pecado, culpa y miedo; especialismo y ataque – lo que hace que sea imposible escuchar al Espíritu Santo recordarnos nuestra Identidad. Si vamos a estar callados y recibir la Palabra de Dios – el principio de la Expiación- debemos mirar las interferencias de nuestro ego sin juzgar, dejándolas ir.
(1:1-4) «Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra. Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. Óyele hoy.»
En lo más recóndito está la mente correcta, de la cual hemos tratado de escondernos y procurado ocultar. Si queremos alcanzar el lugar silencioso donde habita la Voz de nuestro Padre, tenemos que regresar y descubrir lo que mantuvimos oculto. En el texto encontramos este pasaje bellamente evocador de la canción olvidada, cuya maravillosa melodía se escucha nuevamente, en la medida en que podemos estar callados y escuchar:
“Escucha… tal vez puedas captar un leve atisbo de un estado inmemorial que no has olvidado del todo; tal vez sea un poco nebuloso, mas no te es totalmente desconocido: como una canción cuyo título olvidaste hace mucho tiempo, así como las circunstancias en las que la oíste. No puedes acordarte de toda la canción, sino sólo de algunas notas de la melodía, y no puedes asociarla con ninguna persona o lugar, ni con nada en particular. Pero esas pocas notas te bastan para recordar cuán bella era la canción, cuán maravilloso el paraje donde la escuchaste y cuánto amor sentiste por los que allí estaban escuchándola contigo.
Las notas no son nada. Sin embargo, las has conservado, no por ellas mismas, sino como un dulce recordatorio de lo que te haría llorar si recordases cuán querido era para ti. Podrías acordarte, pero tienes miedo, pues crees que perderías el mundo que desde entonces has aprendido a conocer. Sin embargo, sabes que nada en este mundo es ni la sombra de aquello que tanto amaste. Escucha y mira a ver si te acuerdas de una canción muy vieja que sabías hace mucho tiempo y que te era más preciada que cualquier otra melodía que te hayas enseñado a ti mismo desde entonces.” (T-21.I.6-7)
Así nos dedicamos hoy a estar quedos y escuchar, recibiendo la Palabra de la Expiación de Dios que incluso nos ha llamado desde tiempos remotos. En esa escucha tranquila escuchamos la canción insonora del Amor de nuestro Padre (The Gifts of God, p. 76), y estamos en paz.
(1:5) «No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz.»
Cuando Jesús habla del mundo, no se refiere al hogar externo del cuerpo, sino al mundo que existe en la mente. Dado que «las ideas no abandonan su fuente», la idea de un mundo separado nunca ha dejado su origen en la mente. Cuando, por lo tanto, somos sanados del pensamiento de separación mediante la liberación de nuestra inversión en el especialismo, la Palabra de Dios se puede escuchar en todo el mundo, porque la Filiación es una. El mundo – siendo nada más que la proyección mental de la separación – ha sido sanado, por lo que Jesús no aboga por predicar su santa palabra a un mundo que ya está salvado, sino sólo aceptándola – la Expiación – dentro de nuestras mentes.
(2:1) «Este mundo cambiará gracias a ti.»
Repitiendo la idea central, si el mundo es una proyección del pensamiento de separación, y este pensamiento se sana, el mundo también se sana. El cambio externo es irrelevante, ya que solo cambiar el pensamiento de la mente es importante. De lo contrario, no habría esperanza. Esa es la premisa que subyace a las palabras de Jesús en las páginas iniciales del manual para los maestros:
“A esta situación de enseñanza restringida y sin esperanzas, que no enseña sino muerte y desolación, Dios envía a Sus maestros. Y conforme éstos enseñan Sus lecciones de júbilo y de esperanza, su propio aprendizaje finalmente concluye. Si no fuera por los maestros de Dios, habría muy pocas esperanzas de alcanzar la salvación, pues el mundo del pecado parecería ser eternamente real.” (M-in.4:7-5:1)
“No obstante, sólo el tiempo se arrastra pesadamente, y el mundo ya está muy cansado. Está viejo, agotado y sin esperanzas. Mas el desenlace final nunca se puso en duda, pues, ¿qué puede cambiar la Voluntad de Dios? Pero el tiempo, con sus ilusiones de cambio y de muerte, agota al mundo y a todas las cosas que habitan en él. Al tiempo, no obstante, le llegará su final, y propiciar ese final es la función de los maestros de Dios, pues el tiempo está en sus manos. Tal fue su elección, y así se les concedió.” (M-1.4:4-10)
Todos nosotros estamos llamados a ser maestros de Dios y aceptar la Expiación, y mediante nuestra curación es el mundo sanado. Lo que hasta ahora había estado cansado, desgastado y sin esperanza, ahora resplandece en la dulce luz del perdón y arde con la esperanza de la salvación. Este extracto del poema previamente citado de Helen, “Transformation”, expresa este cambio o transformación del mundo:
“Sucede de repente,
Y todas las cosas cambian. El ritmo del mundo
Cambia al concierto. Lo que era cruel antes
Y parecía hablar de la muerte ahora canta a la vida,
Y se une al coro a la eternidad.
Los ojos que estaban ciegos comienzan a ver, y los oídos
Por mucho tiempo sordos a la melodía comienzan a escuchar.
En la quietud repentina renace
El ancestral canto de la canción de la creación,
Silenciada durante mucho tiempo, pero recordada.”
(Los Regalos de Dios, página 64)
(2:2) «Ningún otro medio puede salvarlo, pues el plan de Dios es simplemente éste: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía, y Ésta se encuentra para siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios.»
El “plan de Dios” – la expresión metafórica que ya hemos discutido – es la libertad para cambiar de mentalidad. La estrategia del ego, que culmina con la fabricación del mundo y del cuerpo, es convencernos de que no tenemos mente. No podemos cambiar lo que no tenemos, y nuestro estado sin mente asegura la inmutabilidad de la decisión previa en favor del ego. Esto no nos deja más opción que perseguir objetos de amor especiales como salvadores, de los cuales los más significativos históricamente han sido Dios y Sus representantes. Pero el verdadero plan de Dios – como opuesto al bíblico – es que no somos salvos de la “realidad” del pecado mediante el sacrificio – el nuestro o el de otro – sino al darnos cuenta de que estábamos equivocados acerca del pecado.
De manera similar, el mundo no se salva a través de nuestra expiación por sacrificio, ni predicando Un Curso de Milagros, sino cambiando de mentalidad sobre el ego. En ese instante, la mente curada de la Filiación se salva de su elección equivocada.
(2:3-4) «No se le conduce a la fuerza, sino con amor. No es juzgado, sino santificado.»
La presencia continua del amor de Jesús en nuestras mentes nos conduce a tomar la decisión correcta. Él es como un faro que irradia su luz de amor en los espacios tenebrosos de nuestras mentes. Puesto que nos hemos alejado de la luz, tenemos que regresar. El amor de Jesús nos llama continuamente, no en el sentido de llamarnos literalmente, porque su simple presencia es el llamado. En el momento en que nos damos cuenta de nuestro error, o al menos podemos considerarlo, estamos listos para cambiar la atención a nuestras mentes y cambiar a los maestros. No hay coerción o fuerza por parte de Jesús, porque si lo hubiera, estaría tan loco como nosotros, creyendo que había un problema real por resolver, y que exigía una solución inmediata. Afortunadamente, él no está loco, como tampoco lo está nuestro Padre, por lo que su amor – más allá del tiempo y el espacio – simplemente es. Su mismo ser es su “fuerza”.
(3:1) «Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra.»
Experimentamos al Espíritu Santo y recordamos Su Amor dejando ir todas las cosas que interfieren con él. Aquí Jesús se refiere a estos bloqueos como “insignificantes pensamientos”, “deseos personales” y “todo juicio”. Esto significa tomar conciencia de ellos, porque de lo contrario no podemos elegir en contra de ellos. Aprendemos de estas defensas del ego cuando vemos sus manifestaciones: nuestras relaciones especiales entre nosotros que expresan la relación especial de la mente con el ego. A medida que nos volvemos cada vez más conscientes de la culpa y el odio expresados en nuestros cuerpos – odio especial y amor especial – aprendemos que lo que estamos experimentando afuera es la sombra de lo que primero hemos hecho real en nuestras mentes. Esta es la primera pista de que hay una mente, lo que nos permite ser conscientes de que son nuestros pensamientos los que tienen que cambiar, no nada externo.
(3:2) «Tampoco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado.»
Nuestra identidad como Cristo solo ha de ser aceptada, no juzgada. El juicio inicial del ego fue que nuestra individualidad era algo horrendo y pecaminoso, reforzado por la culpa. Antes de darnos cuenta nos encontramos en un mundo de juicio, cada uno justificado por una plétora de percepciones erróneas. Todo el tiempo, la visión de nuestra santidad colectiva como el Hijo de Dios permaneció oculta detrás de nuestros juicios de pecado y culpa, miedo y ataque.
(3:3-5) «Nos hallamos mucho más allá de todos los juicios que el mundo ha formado contra el Hijo de Dios. El mundo no lo conoce. Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que aguardaremos silenciosamente la Palabra de Dios.»
Si nos detenemos un minuto a pensar en esas líneas, nos pondremos muy ansiosos. El mundo nos dice que el Hijo de Dios – nosotros mismos – es un cuerpo, nacido en un momento determinado, destinado a vivir cierto período de años, solo para morir al final; su existencia gobernada por varias leyes. Necesitamos examinar estas leyes, reconociendo que son verdaderas desde la perspectiva del mundo, pero no de la de Dios – Él sabe que eso no es posible. (T-23.I.2: 7).
Jesús refleja la verdad de Dios de que nuestra realidad es espíritu, que no tiene nada que ver con el mundo. Sin embargo, primero debemos ser conscientes de cuánto nos hemos identificado con la enseñanza del mundo. Solo entonces podemos entender que el mundo nos enseña porque primero enseñamos al mundo. Reconocemos «nuestra» identificación con el yo físico y psicológico, y luego aprendemos que debe cambiar cuestionando nuestros pensamientos, valores, objetivos y juicios.
(4:1-2) «Santo Hijo de Dios, oye a tu Padre. Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz.»
Para repetir, Jesús no está hablando de lo externo. Su punto es que el mundo existe solo en nuestras mentes. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro maestro – aunque sea por un breve período – esa decisión se toma para toda la Filiación, porque el Hijo de Dios es uno. Esto se convierte en un tema cada vez más importante a medida que avanzamos: La Voz de la Unicidad habla solo en favor de la unicidad.
(4:3) «Nos congregamos hoy en el trono de Dios, en el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar.»
El «trono» se usa de la misma manera que el «altar» – para denotar el lugar en nuestras mentes donde elegimos adorar al ego o recordar a Dios. Cuando le pedimos a Jesús que nos ayude a eliminar las interferencias de nuestro ego, nos encontramos en el lugar sagrado de mentalidad recta donde recordamos nuestra Identidad como el único Hijo de Dios – un lugar de quietud y descanso. Así, el trono del Dios de la separación y el odio del ego cede ante el Dios del amor, la paz y la santidad. Este trono, como hemos visto, es el lugar más santo de todos en la tierra, porque un antiguo odio se ha convertido en un amor presente (T-26.IX.6: 1).
(5:1) «Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra.»
La salvación se ha visto tradicionalmente como hacer nuestra parte, «antes» de que Dios haga la Suya. Si sufrimos, nos sacrificamos, decimos nuestras oraciones, obedecemos los rituales y somos buenos muchachos y muchachas, Dios nos recompensará. En otras palabras, Dios espera que expiemos por nuestros pecados. Aquí se nos dice exactamente lo contrario – Dios ya nos ha dado la amorosa Palabra de Su plan de Expiación, y nosotros sólo regresamos a la mente para aceptarla. Dios no hace nada más que amor, un Amor que no está condicionado a cualquier cosa que hagamos o practiquemos. Nuestra falta de conciencia fue el problema, y recordamos Su Palabra cuando la elegimos.
(5:2) «Él no se ocultó de ti cuando tú te alejaste por un breve período.»
La verdad es que ocultamos a Dios. Él no hizo nada. Su presencia a través del Espíritu Santo está plenamente presente en la mente de todos. Implícito en todo esto es que la responsabilidad recae sobre nuestros hombros, no los de Dios o los de Jesús. Nosotros nos alejamos; nosotros regresamos. ¿Qué podría ser más simple?
(5:3-4) «Para Él, las ilusiones que abrigas de ti mismo no tienen ningún valor. Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad.»
Pensamientos como estos son la base para decir que debemos estar agradecidos de que Dios no sepa sobre nosotros. Queremos que Dios sepa sobre el yo individual que existe como un cuerpo, y luego amarlo específicamente. La verdad es que Él conoce a Su Hijo solo como el espíritu que es: una parte indivisible de Su Amor. Este no es el conocimiento dualista de sujeto y objeto, porque Dios no comparte nuestras preciadas ilusiones sobre la separación. Nuestro pequeño yo no es el Uno que Él conoce, gracias a Dios:
“Perdónate a ti mismo tu locura…No puedes dejar de ser lo que eres. Pues Dios es misericordioso, y no permitió que Su Hijo lo abandonara. Siéntete agradecido por lo que Él es, pues en ello reside tu escapatoria de la locura y de la muerte. No puedes estar en ningún lugar, excepto donde Él está.” (T-31. IV.11: 1,3-6)
Nos encontramos solo en el Ser más allá de las ilusiones. Recuerda estas palabras de la Lección 93:
“El ser que tú fabricaste no es el Hijo de Dios. Por lo tanto, no existe en absoluto. Y todo lo que aparentemente hace o piensa carece de significado. No es bueno ni malo. Es simplemente irreal; nada más. No batalla con el Hijo de Dios. No le hace daño ni ataca su paz. No ha alterado la creación en absoluto, ni ha convertido la eterna impecabilidad en pecado, o el amor en odio. ¿Qué poder puede poseer ese ser que tú fabricaste, cuando lo que hace es contradecir la Voluntad de Dios?” (W-pI.93.5)
(6:1) «Él te habla hoy.»
La verdad es que Dios habla todo el tiempo. El problema es que no escuchamos, porque si lo hiciéramos, perderíamos nuestra especialismo. Eso es lo que nos asusta.
(6:2) «Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados.»
La responsabilidad recae sobre nosotros, y debemos ser conscientes de que todo lo que pensamos es parte de la estática del ego que busca ahogar la Voz de Dios y mantener oculto Su Amor. Por lo tanto, debemos prestar cuidadosa atención a lo que sentimos a lo largo del día, tomando conciencia de nuestros deseos insignificantes, juicios y esperanzas. Recuerda este importante pasaje del texto sobre el poder del especialismo para silenciar la queda Voz de Dios:
“¿Qué respuesta del Espíritu Santo podría llegar hasta ti, cuando a lo que escuchas es a tu deseo de ser especial, que es lo que pregunta y lo que responde? Tan sólo prestas oídos a su mezquina respuesta, la cual, ni siquiera se oye en la melodía que en amorosa alabanza de lo que eres fluye eternamente desde Dios a ti. Y este colosal himno de honor que amorosamente se te ofrece por razón de lo que eres parece silencioso e inaudible ante el “poderío” de tu especialismo. Te esfuerzas por escuchar una voz que no tiene sonido, y, sin embargo, la Llamada de Dios Mismo te parece insonora.” (T-24.II.4:3-6)
Dado el hecho del “poder” del especialismo, ¿ cómo podrían nuestros egos resistir la tentación de elegir su amor especial sobre el amor de Jesús?
(6:3-7:1) «Aguarda Su Palabra en silencio. Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador.»
En tres ocasiones hoy, y en aquellos momentos que sean más conducentes a estar en silencio, deja de escuchar al mundo durante diez minutos y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios.
Se nos pide que seamos conscientes de cuánto escuchamos al mundo, y entender esto significa escuchar nuestro sistema de pensamiento proyectado. Es por eso que debemos elegir contra el ego, lo que no podemos hacer si no somos conscientes de ello. Por lo tanto, nuestra vigilancia diaria, tan crucial para escuchar la Voz de Dios. Este punto necesita reiteración constante, como en esta declaración del texto:
“Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo y desvanecerlo sin que tú tuvieses necesidad de traerlo a la conciencia.” (T-13.III.1:1-2)
Ejercicios como la ayuda de hoy nos llevan a través de nuestro odio hacia el amor más allá del mundo, reflejado en nuestras mentes divididas por la Palabra de Dios, Su Voz que habla en silencio y paz en favor de la Expiación.
(7:2-4) «Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo que Él es.»
Estamos escuchando más sobre el tema importante de la unicidad: nuestra unicidad con Dios, el Espíritu Santo y con los demás. Reconocer esta unidad con nuestros hermanos es el prerrequisito para recordar nuestra unicidad como Cristo.
(8:1-2) «Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. Es tu Palabra la que Él pronuncia.»
En la mente correcta, nuestra voz y la del Espíritu Santo son una. Tal como Jesús fue la manifestación del Espíritu Santo, también se nos pide que seamos Su manifestación. Sin embargo, cuando estamos en la mente errada, necesitamos una experiencia de amor que esté fuera de nuestro yo. Liberar la interferencia a ese amor nos permite unirnos a él, y así darnos cuenta de que nuestro yo y el amor no están separados. La Voz de Dios habla una sola Palabra, y esa Palabra es Quién somos.
(8:3-4) «Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos, sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo. Escucha hoy a tu Ser en silencio, y deja que te diga que Dios nunca ha abandonado a Su Hijo y que tú nunca has abandonado a tu Ser.»
En otras palabras, Dios y Su Hijo son uno – ninguna individualidad ni distinción entre Ellos. De hecho, no hay otra voz, que hable palabras de separación, que pueda interponerse entre nosotros y nuestro Ser. ¿Cómo no podemos encontrar lo que nunca se ha perdido? ¿Cómo puede nuestro Padre estar sin Su Hijo?
“¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Y así como Él no podría separarse de ellos, ellos no pueden excluirlo a Él de sí mismos. Moran unidos a Él, y en su unicidad ambos se conservan intactos. No hay camino que pueda alejarte de Él, ni jornada que pueda llevarte más allá de ti mismo. ¡Qué absurdo y descabellado es pensar que puede haber un camino con semejante objetivo!…No puedes estar en ningún lugar, excepto donde Él está.” (T-31.IV.10:1-6; 11:6)
(9:1-3) «Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo. Sólo necesitas estar quieto y escuchar.»
Esa es la única regla que necesitamos; no solo este día, sino todos los días. Necesitamos estar quietos, lo que significa, una vez más, tomar conciencia del ruido de la mente al elegir ahogar la queda y pequeña Voz que nos dice que nuestros sueños, pensamientos y sentimientos son inventados – parte de una simple ilusión, cuyo propósito es evitar que recordemos nuestra Identidad como Hijo de Dios:
“Este curso sólo intenta enseñarte que el poder de decisión no radica en elegir entre diferentes formas de lo que aún sigue siendo la misma ilusión y el mismo error.” (T-31.1V.8:3)
Por lo tanto, se nos pide que hagamos la simple elección entre la ilusión de separación y la verdad reflejada del perdón.
(9:4) «Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de su Padre en total armonía con ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisible y verdadero.»
Para repetir esta simple verdad: nuestra realidad es la unicidad, que recordamos al ver cómo nos mantenemos separados unos de otros. Tal vigilancia constituye la práctica diaria de Un Curso de Milagros – tomar conciencia de las formas sutiles y, a veces no tan sutiles, en que ponemos barreras entre nosotros mismos y los demás, ya sea por amor especial o por odio especial: juzgar, aferrarse a resentimientos, construir alianzas y estar seguros de que tenemos la razón Reconocemos la importancia de cambiar de la percepción del mundo de los intereses separados – «mi ganancia es tu pérdida» – a la percepción del Espíritu Santo de los intereses compartidos. Así aprendemos que no puede ser que nosotros y nuestros hermanos seamos diferentes – somos uno en pérdida o ganancia, dependiendo de nuestra decisión:
“Todas las alternativas que el mundo ofrece se basan en esto: que eliges entre tu hermano y tú; que tú ganas en la misma medida en que él pierde; y que lo que tú pierdes es lo que se le da a él. ¡Cuán rotundamente opuesto a la verdad es esto, toda vez que el único propósito de la lección es enseñarte que lo que tu hermano pierde, «tú» lo pierdes también, y que lo que él gana es lo que se te da a «ti»!” (T-31.IV.8:4-5)
Por lo tanto, elegimos hoy en favor de todos los Hijos de Dios, reconociendo su igualdad inherente.
(9:5) «A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios.»
Debes hacer esto no solo cada hora, sino tan a menudo como puedas, especialmente cuando estés consciente de tus intentos de decir: “Mi hermano y yo «no» somos uno”. Hoy es tu propósito especial recordar el del ego (propósito), y elegir contra él y en favor de la Voz que habla la queda Palabra de perdón y verdad. Este cambio del falso perdón del ego al verdadero perdón del Espíritu Santo es el tema de la próxima lección.”
Del libro “Viaje a Través del Libro de Ejercicios de UCDM” por el Dr. Kenneth Wapnick.
LECCIÓN 125
"En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios."
Comentada por:
Oscar Gómez Díez
En este mundo siempre escuchamos por defecto la voz del ego. Nuestro cuerpo y sus órganos de percepción están diseñados para ello. Nuestros ojos, oídos, tacto, olfato y gusto están diseñados para percibir un mundo externo, están diseñados para alimentar el cuerpo, atender sus necesidades, deseos, y para proteger el cuerpo. La mente que escucha al ego, procesa esa información para identificarse con el cuerpo, para darle realidad, y para justificar su existencia.
La mente egoica tiene una necesidad compulsiva de hacer cosas con el cuerpo, y genera una febril espiral de pensamientos, cuyo ruido mental pretende ocultar la parte real de nuestra mente, la que sigue unida con Dios y escucha la Voz que habla por Él.
La lección de hoy busca enseñarnos a escuchar la palabra de Dios, para ello tenemos que acallar la estridente voz del ego.
Para escuchar la Voz de Dios se conjugan varios elementos que la hacen posible:
1. Elegir escuchar a Dios.
2. Aquietar el cuerpo y la mente
3. Disponerse a escuchar en silencio.
4. Aceptar la Voluntad de Dios para nosotros.
5. La paz
1. Primer elemento:
elegir:
"Este mundo cambiará gracias a ti."
"el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía"
"No se le conduce a la fuerza, sino con amor. No es juzgado, sino santificado."
"Tampoco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado."
El Curso es muy coherente respecto a nuestro libre albedrio. Nuestra salvación procede de nuestra decisión de abandonar al ego, renunciar a los juicios y elegir el Amor.
2. Segundo elemento:
quietud:
"Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha."
"Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra."
"Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo"
Solo la quietud nos pone en la condición de observar nuestros pensamientos y perdonar los que no sean amorosos. Solo la quietud nos permite contemplar el Amor y reconocernos en Él.
3. Tercer elemento:
silencio:
"Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que aguardaremos silenciosamente la Palabra de Dios."
"Él te habla hoy. Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados."
"Aguarda Su Palabra en silencio. Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador."
"Escucha hoy a tu Ser en silencio, y deja que te diga que Dios nunca ha abandonado a Su Hijo y que tú nunca has abandonado a tu Ser."
El silencio es como un océano profundo. Las olas de la superficie son como los pensamientos del ego, siempre agitados y en permanente bullicio. La realidad del océano yace en sus profundidades. Desde las profundidades del silencio emerge todo sonido, en esas profundidades podemos escuchar la Voz de Dios, escucharla nos genera una paz y una dicha infinita.
4. Cuarto elemento:
La voluntad de Dios:
"La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra."
"Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. Óyele hoy."
"Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra."
"Él no se ocultó de ti cuando tú te alejaste por un breve período."
" Para Él, las ilusiones que abrigas de ti mismo no tienen ningún valor."
"Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad."
Sin la Voluntad de Dios, de recordarnos que somos Su Hijo bien amado, la salvación no sería posible. Él nunca se ha olvidado de nosotros, nunca nos ha juzgado ni condenado. Su Voluntad para nosotros sigue siendo de perfecta paz y felicidad. Por eso le pidió al Espíritu Santo que nos ayudara. Sin la ayuda del Espíritu Santo sería muy difícil despertar de este sueño de separación, quedaríamos atrapados en el mundo de la percepción, en el mundo del ego.
5. Quinto elemento:
La paz
"No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz."
"Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz."
Cuando escuchamos la palabra de Dios, aceptamos nuestra función en este mundo de perdonar y amar, nos dejamos guiar por Su Voz que nos conduce de regreso a Casa, y disfrutamos de la paz y la dicha que creímos haber perdido.
¿Donde se encuentra la Voz de Dios?
" Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón."
"en el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar."
" Ésta se encuentra para siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios."
"Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo qué El es."
La Voz de Dios, se encuentra en nuestra mente real, la que nunca se ha separado del Padre, es la que escucha al Espíritu Santo recordándonos quienes somos.
PROPOSITO:
Aprender a escuchar la palabra de Dios, a través del silencio y la quietud.
PRÁCTICA:
Aquiétate durante 10 minutos, 3 veces durante el día. Entra en tu silencio interior, deja de escuchar al mundo "y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios."
"Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. Es tu Palabra la que Él pronuncia. Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos; sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo."
"Sólo necesitas estar quieto y escuchar. Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de su Padre en total armonía con ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisible y verdadero."
Sólo aquiétate y escucha en silencio, tu voluntad de unirse a la Voluntad del Padre es lo único que se nos pide, para que Su Voz responda a nuestro llamado de unirnos al Amor que somos.
PRÁCTICAS CORTAS Y FRECUENTES:
"A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios."
Hoy estamos aprendiendo a aquietarnos y sumergirnos en las profundidades de nuestra mente, acallando al ego, y en la inmensidad de nuestro silencio escuchar la Voz del Amor, una serena Voz que nos acoge, que nos arrulla y nos embriaga con la dulzura de Su paz. Avancemos hacia ese anhelado encuentro, con el paso seguro y alegre que sólo nuestra fe nos puede dar, el encuentro con Dios es tan inevitable como Su Amor.
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